jueves, 18 de abril de 2013

Anatomía de la espera


 Existen diversos tipos de espera, ¿te habías dado cuenta?
 Está la espera prolongada, un estado de modorra inducido y de final un tanto misterioso. Con todo, puede que sea la más tranquila de todas; la única que te desliza a través del tiempo sin darte apenas cuenta, dejándote arrugas en la piel y canas en la cabeza.
 También cuento con la espera amistosa, de animada expectación. Una sana y divertida manera de evaluar la puntualidad de tus parientes y allegados, aunque un tanto peligrosa. Hermana de la espera para la cena y la comida, solo una fina línea la separa de la espera furiosa, todo depende de la diferencia entre la hora convenida y la real.
 Hay una de nombre injusto: la espera falsa. Una pícara desvergonzada, una mentira que acompaña a los ojos airados y los ceños fruncidos. Una broma, quizás un poco cruel como tal, que busca sacar los colores y las peores excusas a otra persona.
 En el otro lado de la balanza está la espera negada. Pese a su posición indefensa, es dulce y cándida, moviéndose gracias a unos sentimientos que pocas personas son capaces de contener. Maliciosa en manos malintencionadas, cuando se vive es simple belleza; cuando se sufre mortifica deliberadamente; y vista desde fuera se vuelve absurda.
 Muy conocida es la espera gruñona, principal causante de los más variados gestos de fastidio, brazos alzados al aire y discusiones acaloradas antes de sentarse a una mesa o de entrar en un coche. Podría decirse que forma parte de la gran familia que mencioné antes.
 La espera aterrada se me hace demasiado tétrica para hablar de ella.
 Pero me he dejado una para el final, la más importante. Esa que siempre te asalta en las sillas de los bares, en casa delante del ordenador, e incluso en las esquinas de las calles. Una que llega a la carrera y se estrella contra el pecho, congelándote el estómago y hasta subiéndote la temperatura: la espera nerviosa. Bastante desagradable, con una gran variedad de síntomas, como puedes ver. Es una sensación histérica de urgencia que te hace mover las piernas, te estruja mientras te remueves en la silla, y hasta puede obligarte a mirar constantemente hacia la entrada. Pero, con todo lo terrible que es, desaparece al instante y sin efectos secundarios en el momento que lo que esperabas sucede.
 Te preguntarás por qué digo que ésta última es la más importante, aunque diría que ya lo has adivinado por el modo en que te miraba cuando entraste por la puerta.