martes, 10 de abril de 2012

En la boca del lobo - Capítulo 3


 "Líbrame de mis enemigos, oh, Dios mío; ponme a salvo de los que se levantan contra mí. Líbrame de los que cometen iniquidad, y sálvame de hombres sanguinarios“ Salmos 59:1-2

 Se agarraba al volante con ambas manos, compartiendo la desesperación del náufrago que se aferra a una tabla salvadora. Necesitaba sentir aquel tacto recalentado por sus propias manos o se ahogaría en sus pensamientos. Tenía la sensación de que, si se soltaba, ya no habría marcha atrás, solo le quedaría seguir adelante y afrontar las consecuencias. De hecho, sabía que así debía ser, no había llegado a esa situación para retroceder cuando estaba tan cerca del final, pero era un paso que no se atrevía a dar.
 Miró por la ventanilla, la vio sentada a su lado, y las dudas se renovaron. Suspiró ruidosamente y su aliento empañó el cristal borrando el rostro reflejado durante un instante, reconfortándole, como si así pudiese ignorar que estaba ahí.
 - Hace frío- dijo ella.
 - Sí- respondió sin mirarla. No podía, no quería mirarla-. Puedo poner la calefacción si quieres.
 - Lawrence- le posó una mano en la pierna, casi haciendo que se estremeciera al contacto de sus dedos-, ¿te encuentras bien?
 - Sí…- susurró, empujando su voz casi sin fuerza-, sí, estoy bien.
 -¿Por qué no nos vamos?- preguntó de repente al borde del sollozo-, no tienes por qué hacer esto, podemos irnos y…
 - No- le interrumpió-, esto es precisamente lo que tengo que hacer. No hay otra salida, Layla.
 - Te van a matar, Lawrence- las lágrimas brillaron en sus ojos y al momento cayeron por su rostro-, esos hijos de puta te van a matar.
 - No, no lo harán- contestó y se giró hacia ella. Una punzada de dolor le atravesó el pecho cuando alargó la mano para secarle la mejilla-. Ellos me quieren vivo, no se atreverán a tocarme.
 - Mientes muy mal- sonrió nerviosa, cogiéndole y besándole la mano-. Por favor, dime que todo saldrá bien.
 - Todo saldrá bien- dijo después de un corto silencio-, todo saldrá bien. Mañana estaremos lejos de toda esta mierda y ya no tendrás que preocuparte nunca más- se inclinó y la besó dulcemente en los labios, llevándose el sabor de las lágrimas en los suyos. Salió del coche y se quedó quieto delante de la puerta, observando la calle que tenía ante él.
 El viento de escarcha arrancaba las hojas muertas de las copas de los árboles que adornaban la avenida. Las farolas iluminaban una escena en la que nadie más que él participaba; las aceras estaban vacías y el asfalto muerto. Salvo por el rugido del invierno y la agitación de su propia respiración, no podía escuchar nada más.
 Cuando estuvo satisfecho, aspiró profundamente el aire gélido y lo soltó lentamente, viendo su aliento transformado en una nube de vapor. Sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo interior de la chaqueta y cogió uno, dándole una larga calada antes de tirarlo y cruzar por fin la calzada en dirección al portal de uno de los bloques de apartamentos al otro lado.
 Layla, inmóvil, como si temiese llamar la atención en medio de aquella tensión que le apretaba la piel como un grillete, contemplaba cómo él se alejaba. Tuvo un mal presentimiento, quiso bajar y llamarle, decirle que huyeran de allí sin importar lo que pudiese costarles.
 - Mientes muy mal- fue todo lo que acertó a decir.
 Lawrence volvió a pararse pero esta vez al lado del árbol que ejercía de centinela ante la puerta del edificio. Le temblaban las manos; sabía que no era culpa del frío. Sacó otro cigarrillo y lo encendió con bastantes dificultades. Cuando el fuego consiguió prender el tabaco, el portal se abrió de golpe y dos hombres salieron de él con mucha prisa. El primero, un cuerpo perfectamente esculpido en un gimnasio y embutido en un serio traje, le miró unos segundos evaluando si era una amenaza; entonces, demostrando que no sabía juzgar lo que veía, dejó pasar al segundo, un anciano de piel macilenta y colgante bajo la barbilla, calva llena de manchas y flanqueada por dos cordilleras canosas y abultado estómago. El viejo se detuvo en seco, clavando sus intensos ojos negros en el individuo que esperaba en la acera, reconociéndolo al instante.
 -¿Qué haces aquí?- preguntó enarcando una ceja con gesto despectivo.
 - Se acabó, Frank- respondió lacónico-. Lo dejo.
 - Estás bromeando, ¿verdad, muchacho?- dijo al cabo, conteniendo la risa que subía por su garganta sin poder evitar unos bufidos burlones-. Vete a casa, Lawrence, y descansa, no me hagas perder el tiempo con tus…
 - No, Frank- le interrumpió-, no he venido para hacerte perder el tiempo, he venido a recoger lo que me pertenece. Lo dejo- repitió, mirando el maletín que sujetaba.
 - Con que se trata de eso, ¿eh?- carraspeó, cada vez más nervioso, filtrándose en su voz lo molesto que empezaba a sentirse-. Qué iba a ser si no…, dinero, claro. No sé cómo llegué a pensar que eras diferente a los demás, Lawrence, que equivocado he estado contigo todos estos años…
 - Solo quiero lo que es mío- insistió.
 -¡A ti no te pertenece nada!- exclamó, enrojeciéndose su rostro casi al instante-. Cabrón ingrato, ¿quién te crees que eres, eh? De no ser por mí, de no ser por ellos, ahora estarías tirado en alguna cuneta, bebiendo vino y fumando crack, ¡mientras te dan por culo para conseguir sobrevivir un día más!- gritó-. No te debo nada, Lawrence…, ni yo, ni ellos. Tú eres el que nos debes tu jodida vida, ¡tú!, Lawrence- escupió en su dirección, dando por terminada la conversación-. Ahora lárgate cagando leches, ya me has fastidiado bastante por hoy- se colocó la chaqueta y le hizo una señal al guardaespaldas para reemprender la marcha, sobrepasando al otro como si ni siquiera estuviese allí.
 -¡Frank!- gritó cuando ya le habían dado la espalda, parándolos en el acto-, ¡no voy a irme sin lo que se me debe, Frank, te digo que lo dejo!
 - Piérdete, Lawrence, estás agotando mi paciencia- dijo sin girarse-. No me obligues a ponerte en tu sitio, ya hemos pasado por esto.
 - Lo sé, pero esta vez es diferente- contestó, sabiendo lo que aquello significaba.
 - Muy bien- el anciano se acercó a un coche y su acompañante le abrió la puerta-. Ya sabes lo que tienes que hacer- le dijo mientras entraba.
 - Sí, señor- asintió. El hombre cerró la puerta y volvió sobre sus pasos, deteniéndose a un par de metros del otro-. No es nada personal- murmuró.
 - Claro que no- contestó-, las órdenes son las órdenes y tú tienes cara de aceptarlas muy bien, ¿verdad?
 - Así es- cerró los puños, dio un paso al frente y lanzó un derechazo directo a la cara de su enemigo. Lawrence no lo vio venir y la fuerza de aquel bruto le golpeó como una maza, haciéndole caer de rodillas junto al árbol-. Vamos, chico, lárgate, ¿qué ganas con este numerito?
 -¿Piensas… piensas que vas a poder trabajar para ellos siempre?- tosió, llevándose la mano al labio cuando saboreó la sangre-, pues te equivocas. No sabes a cuántos como tú ya he sacado de en medio cuando dejaron de serles útiles.
 - Así es la vida- se encogió de hombros-, ahora hazte un favor y márchate de una vez.
 - Esto no funciona así, ya lo sabes- se levantó, encarándose a él.
 - Como quieras- e inmediatamente volvió a golpear, trazando un gancho que buscaba el estómago del otro. Lawrence extendió los brazos, posando la palma de las manos en el del gigante para apartarse de su ataque, como si estuviese esquivando la acometida de un animal. El guardaespaldas no perdió el tiempo y su puño izquierdo voló hacia la mejilla del joven, pero éste se agachó, sorprendiéndole con su agilidad, y en con el mismo movimiento le agarró la muñeca, guiando el puño hacia el tronco del árbol sin que pudiese hacer nada por evitarlo. El sonido espantoso del hueso al romperse precedió al aullido de dolor del hombre-. ¡Joder!- maldijo, dando unos pasos atrás-, ¡joder!
 - No merece la pena, sé que tú también lo sabes- le dijo jadeante por el esfuerzo-. Por eso quiero irme…, solo quiero dejarlo.
 -¡Que te follen!- bramó rabioso, alzando el puño derecho para descargarlo contra el pecho de su contrincante. De haber llegado a su destino, aquel golpe seguramente le habría roto el esternón como una rama seca, tal era su fuerza, pero el muchacho estaba demostrando ser una presa difícil. Se apartó de la trayectoria de aquel camión que iba hacia él y lo agarró firmemente con una mano cuando pasó de largo sobre su hombro, girando sobre sí mismo para quedar de espaldas al matón. Lawrence hundió el codo libre en el costado del guardaespaldas, robándole el aliento, y con un nuevo codazo le hizo doblar las rodillas, dejándole espacio para retorcerle el brazo en un ángulo insoportable, arrancándole más gritos-. ¡Suéltame…, tú ganas!
 -¿Por qué no me lo creo?- siseó, cerrando un poco más la llave para tumbar del todo al gigante.
 -¡No me pienso mover!- aseguró desde el suelo-, ¡tengo una mano rota, por el amor de Dios!  
 - Eso espero- masculló, liberando al hombre que se quedó tendido, intentando desobedecer el reflejo de llevarse la mano al brazo dolorido.
 Lawrence se limpió la sangre del labio, se sacudió el polvo y caminó hacia el coche en el que se había metido el anciano. No había dado dos pasos cuando la luz de una farola le descubrió que una sombra se había levantado a sus espaldas, y una potente patada cayó sobre él antes de que pudiese reaccionar, derribándolo. Su mundo se convirtió en una danza de luces titilantes, y por un momento creyó que no lo resistiría. Rodó por el suelo y vio al guardaespaldas, que ya estaba encima de él, preparado para pisarle la cabeza. Se incorporó rápidamente, ignorando el dolor, y le propinó un puñetazo en la entrepierna antes de que pudiese bajar el pie. El hombre se derrumbó, incapaz de soportarlo, retorciéndose en la acera como un gusano en el anzuelo.
 -¡Hijo… de… puta!- consiguió articular, levantándose trabajosamente, sintiendo cómo su espalda ardía allí en donde le había pateado. Se acercó al caído, le inmovilizó los brazos con las rodillas y le cogió la mano rota, apretándosela con fuerza, causándole tanto dolor que ya no pudo ni siquiera gritar para aliviarlo-. ¡Gilipollas de mierda!- exclamó antes de propinarle un puñetazo que le rompió la nariz-, ¡quédate en el puto suelo, cabrón!- golpeó una y otra vez hasta que el rostro del guardaespaldas se convirtió en un mapa de hematomas y cardenales teñido de rojo.
 Cuando estuvo seguro de que su enemigo había quedado inconsciente, Lawrence se levantó tambaleándose y fue de nuevo hacia al coche. Mientras se acercaba vio al anciano a través del parabrisas. Estaba mirándole con el ceño fruncido, muy quieto, perforándole de lado a lado, esperándole sin ningún temor. El joven buceó en sus ojos y encontró el desprecio, el odio que les provocaba. Algo se incendió dentro de él, alimentado el fuego por ese acto de desafío. Quería borrarle al viejo su expresión de soberbia, ya no se trataba solo de conseguir la libertad, sino también de darles a todos una lección que no olvidasen jamás.
 Se echó a correr y chocó contra el flanco del coche. Las puertas estaban cerradas. Frustrado, pugnó por abrirlas, pero era inútil. Buscó a su alrededor algo con lo que romper las ventanillas, pero no había nada. Totalmente fuera de sí, fijó su atención en el cuerpo del gigante. Lo agarró por los pies y lo arrastró hasta el vehículo, sentándolo contra él. Entonces cogió la cabeza del hombre con ambas manos y empezó a golpear con ella el cristal de la ventanilla, hasta que ésta acabó cediendo en medio de un estallido de astillas ensangrentadas. Dejó el cadáver a un lado y metió la mano por el agujero que había abierto para subir el pestillo. Abrió la puerta de un tirón e introdujo medio cuerpo dentro, extendiendo ya los dedos hacia el anciano. Pero todos sus músculos se paralizaron al encontrarse de bruces con el cañón de una pistola que le apuntaba.
 -¿Ya estás contento?- preguntó, dándole una bofetada-, ¿era esto lo que querías?- suspiró con tristeza-. No sabes en lo que te estás metiendo, Lawrence, nunca lo has sabido.
 - Para mí se acabó todo- susurró, sentándose lentamente-. Ya no soy vuestro.
 - Me importa una mierda lo que creas, hijo- le espetó-. Deberías haber aprendido que todos somos suyos, esta no es más que otra de tus pataletas.
 - Dame mi dinero y deja que me vaya, Frank, es todo lo que quiero- casi le suplicó.
 - Dios mío, no sabes con qué gusto te lo daría con tal de perderte de vista unas cuantas semanas- sonrió abatido-, pero lo que hay en este maletín no es tuyo- le dio unos golpecitos-. Por favor, vete de aquí ahora mismo e intentaré que sean indulgentes contigo esta vez, insiste en tu empeño…- le acercó la pistola a la sien.
 - No vas a hacerlo, Frank- le miró fijamente-, ellos me quieren vivo.
 -¿Estás seguro?- le sacudió con el arma en la frente-, yo no apostaría tan duro si fuese tú, pueden cambiar de opinión con mucha facilidad, sobre todo si sigues comportándote como un estúpido.
- Soy…
 - Eres muchas cosas, pero no irremplazable- no le dejó seguir, haciéndole un gesto con la cabeza-. Sal del coche.
 - No.
 - Sal del maldito coche- amartilló la pistola y se la pegó a la cabeza.
 -¡No!- se revolvió, dándole un manotazo al cañón, apartándolo de él. Asustado, Frank apretó el gatillo y se oyó un disparo que reverberó en toda la calle. La bala le rozó la mejilla al joven, pero éste no se inmutó, siguió forcejeando con el anciano hasta que le torció la muñeca y le obligó a soltar el arma sobre el asiento, de donde la recogió y le apuntó.
 - Estás a punto de cometer un gravísimo error- le advirtió sin perder un ápice de su prepotencia.
 - Dame el maletín, Frank.
 -¿A dónde vas a ir?- sonrió-, vayas a donde vayas, ellos te encontrarán.
 - Dame el maletín, no me obligues a disparar- jadeó nervioso.
 - Todavía estás a tiempo de irte por dónde has venido, no lo hagas y…
- Adiós, Frank- un segundo disparo fue llevado por el viento.
 Lawrence salió del coche y cruzó la calle con paso apurado sin mirar atrás. Sabía que pronto llegaría la policía, que debía darse prisa. Allí seguía Layla, observándole con los ojos muy abiertos y empapados en lágrimas. De pronto se sintió exhausto y la sangre huyó de sus mejillas, pero también le invadió una sensación de alivio que se hacía más fuerte con cada metro que se alejaba. Entró y le tendió el maletín a ella.
 - Ya está, Layla, ya podemos irnos- le dijo, pero ella no contestó-. ¿Estás bien, cielo?
 - Ahora sí que la has cagado, Lawrence- dijo una voz masculina desde el asiento de atrás-, en serio, la has cagado a base de bien- y escuchó el chasquido de un arma amartillada.
 -¿Cómo has…?- se le hizo un nudo en la garganta y le costó respirar.
 - Conduce- respondió sin más-, y te recomiendo que no intentes nada raro, no he venido solo- rió-. Dios mío, Lawrence, ¿cómo se te ha ocurrido semejante locura? En serio, ¿dejar al viejo Frank y a su gorila solos?, pareces nuevo. Ah, por cierto, señorita, yo llevaré el maletín si no le importa.
 - Deja que ella se vaya, Max.
 - Debiste haberlo pensado antes, ¿no te parece?- respondió-. Venga, en marcha, aún queda mucha noche por delante y ponte algo en esa herida, vas a dejarlo todo perdido.

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