martes, 13 de marzo de 2012

Basureros


– Ya verás cómo los Crushers les dan una buena paliza a tus Murderers mañana por la noche – dijo uno de los hombres mientras tiraba con visible trabajo del contenedor, enganchándolo en la pinza del camión.
– Eso es lo que os gustaría, ¿verdad?– respondió el otro con sorna, ajustándose las gafas protectoras y la máscara –. Creo que Carl me ha vuelto a cambiar el bozal, este me queda pequeño y se me está clavando en la cara – protestó, apretando el botón que activaba el mecanismo de recogida. El contenedor se elevó por los aires hasta una abertura en la parte superior del camión, volcando su contenido con un sonido seco y pesado.
– Pues no es buena noche para que te lo quites, en la tele han dicho que hoy el tiempo de exposición al aire no debe superar los cinco minutos – le advirtió, acercándose a él para ayudarle –. A ver, estate quieto, no puedes romper el cierre que no llevamos respuestos en el camión.
–¿Cómo que no?– protestó –, ¿qué ha pasado con los de emergencia?
– La empresa ha hecho recortes otra vez – observó el otro –, dicen que no se pueden permitir tener bozales, ni mangas, ni nada de nada, así que ahora tenemos que llevar cuidado con lo que hacemos. Ya está, a ver si ahora te va mejor. Pensaba que tú, como enlace sindical, sabrías todo eso.
–¿Qué voy a saber?– dijo, moviendo la máscara a un lado y a otro –. Sí, me hace menos daño, gracias. Hace años que las empresas no nos consultan ni nos mandan nada, hacen lo que quieren y punto, ya ni siquiera nos avisan cuando convocan una reunión del comité. Cero.
– Ya, bueno, Ben, no hace falta que me des la charla, ¿eh?, era sólo una observación­- y tiró de otro contenedor.
–¿Charla, qué charla, Terry?, sólo te estaba diciendo lo que hay­– se apresuró a echarle una mano, tirando ambos con fuerza.
– Todos... sabemos cómo sois... los sindicalistas- jadeó por el esfuerzo–. Si no se os para a tiempo os ponéis a berrear tonterías que no llevan a ninguna parte. Este sí que estaba lleno, ¿verdad?
– Ya empezamos con las tonterías de siempre– suspiró, empañando las gafas un instante-. Si los sindicatos no hacemos nada, por que no hacemos nada, si hacemos algo, podíamos hacer más, ¿pero a que ninguno de vosotros firmó la petición para extender las vaciones?
– Venga ya, ¡es que eso no lo van a aceptar nunca!– exclamó, agitando la cabeza–. Dos semanas de vaciones al año..., seguro que estábais colocados de MDMA cuando se os ocurrió, viendo el mundo de color de rosa y acariciando ositos de peluche. ¡Oh!, mira tú...
Ben se giró para ver lo que le señala su compañero. Por la carretera vieron aparecer un largo coche negro, engalanado con grandes coronas de flores artificales en los flancos, seguido por varios más, formando una lenta procesión motorizada. Dentro del primero, conducido por un hombre de rostro taciturno, llegaron a adivinar una caja de polímero termoplástico que imitaba a la madera; en los demás viajaban personas trajeadas protegidas por el interior estanco y autorenovado de los vehículos.
– Cuanto lujo – dijo Terry –, algún día espero tener lo suficiente para que a mí también me paseen.
–¿Quieres que te entierren?– preguntó incrédulo–, no sabía yo que apuntabas tan alto.
– Hombre, sobre todo es por la pompa del funeral y todo eso, ¿no?– contestó, golpeando el mando de la pinza–. Ya sabes, tus amigos y familiares llorándote, una capilla ardiente, un cura leyendo la Biblia para darte el último adiós, lo que te digo, todo un lujo.
–¡Eh, vosotros!– ladró con voz metálica el altavoz que había detrás del camión para comunicarse con el conductor–, que es para hoy, aún nos queda toda la ruta por hacer.
– Venga ya, Cliff, no te pongas pesado– sonrió Ben–, tenemos toda la noche por delante.
– Como nos vuelvan a echar la bronca en la central ya veréis lo pesado que me voy a poner– amenazó, cortando el canal.
– Éste debe creer que nos van a pagar más acabemos o no la ronda- se burló Terry, echando la mano al tercer contenedor.
– Seguramente..., ¡eh, eh, ustedes!– le gritó a dos hombres que se acercaban desde los portales cercanos, cargando una gran bolsa entre los brazos– , ¿a dónde creen que van con eso?
– Pues a tirarlo, claro, además, ya que están ustedes aquí se lo pueden llevar ahora mismo.
– De eso nada, el horario de depósito es de ocho de la mañana a doce de la noche, así que ya se están yendo por donde han venido.
– Pero hombre, comprenda que es una urgencia– dijo uno de ellos–. Si por nosotros fuera, lo dejaríamos a otra hora, ¿tanto les molesta?
–¿Tanto les molesta a ustedes dejarlo en casa hasta mañana?– se acercó Terry
–¿Y dónde?– preguntó el otro hombre–, si no tenemos sitio para...
– Pues en la cama, en la bañera o qué se yo, ese no es problema nuestro, caballero– respondió Ben, enfadado–. Pero si insisten, llamamos a la policía y se entienden con ellos, que nosotros aún tenemos mucho trabajo por delante, ¿les parece?
– Bueno, hombre, no hace falta ponerse así, ya nos vamos– miró a su acompañante y le hizo un gesto con la cabeza. Se dieron la vuelta y empezaron a caminar hacia el edificio.
– Hay que joderse, ¿te das cuenta?– carraspeó Ben, colocando los puños en las caderas.
– Ya nadie tiene respeto por el trabajo ajeno y menos por el nuestro– asintió Terry.
–¡Basureros, hijos de puta!– gritaron.
–¡Ven aquí si tienes cojones, pedazo de mierda!– gritó Ben, acercándose al portal a grandes zancadas, metiendo la mano enguantada dentro de uno de los bolsillos del mono, como si buscase algo.
–¡Déjalo, hombre!– le paró su compañero–, ¿no te llegó con la pelea de ayer?
–¡Ven, cabronazo, ven que te voy a romper el bozal y dejarte aquí fuera para que te airees!– siguió gritando.
–¡Vamos, joder, que como sea él el que te lo rompa a ti a ver qué te pones en la cara!
–¡Está bien!– dijo, desenbarazándose de los brazos de Terry–, pero te juro que como vuelva a verle, se va a acordar de mi.
–¿Pero qué dices?, si no lo vas a reconocer– empezó a reír.
– También tienes razón– rió a su vez, entrecortándose sus carcajadas por una violenta tos–. Madre mía..., estos cambios en la saturación me matan.
– A ti y a todos – chistó el otro–, mi padre, por ejemplo, falleció esta semana, así, de repente.
– Oh, vaya, lo siento mucho, ¿qué edad tenía?
– Ya le llegaba, cincuenta y cinco años, todo un currante, sí señor- contestó, ocupando su lugar en una de las plataformas al lado de la compactadora–. Cáncer de pulmón con metástasis en el hígado y el páncreas, ya sabes, lo de siempre.
– Menuda mierda– murmuró Ben, agarrándose a la otra abrazadera.
– Sí...– dijo Terry encogiéndose de hombros–, lo tuvimos un par de días en casa para que la familia pudiese verlo y eso, pero bueno, si mi hijo me ha hecho caso, ya debería estar en el contenedor para que lo recojan hoy.
El conductor miró por el retrovisor y los vió preparados. Gruñó y pensó en ponerles las pilas otra vez a aquellos vagos por el tiempo que habían perdido en la parada, pero se dijo que no valía la pena. Arrancó camino de la siguiente manzana y dio gracias de que su ruta no incluyera ninguna prisión.