lunes, 23 de julio de 2012

El estanque


 - …
 - Deberías rendirte a la evidencia y abandonar el fuerte ilusorio que has levantado a tu alrededor. La obstinación, aunque comprensible en tu situación, nada significa para mí. Tú mismo puedes entender que se trata de una respuesta primitiva y pueril de tu automatismo animal.
 - …
 - Si eso es lo que quieres, que así sea, pero no entiendo qué beneficio planeas sacar de ello. Es el debate sobre la superioridad un punto que juega en tu contra desde el principio. Ambos lo sabemos.
 - …
 - Intentas justificar una realidad que únicamente existe a través de tus limitados conocimientos. Disculpo tus palabras ya que no puedes saber que el axioma por el que se rige tu pensamiento aún no ha sido. No puedes ser ya que no serás hasta dentro de mucho. Para usar una clasificación que puedas asumir como familiar, perteneces a un filo, una clase, una orden y una familia de tu reino que no existen. Tu mera respiración te convierte en una criatura que, simplemente, no tiene cabida. La Razón todavía no te ha concebido y por tanto aún te hace ajeno al Logos.
 - …
 - Porque estás ahora mas no puedes ser ahora.
 - …
 -¿No me estoy expresando en términos que puedas entender con facilidad? Lo lamento, pero únicamente intento contestar a tus preguntas con palabras que te ayuden a ver el por qué. Por favor, no cometas el error de encerrarte en los significados que éstas tendrán.
 - …
 - Es mi obligación. Debo solucionar un largo número de falacias que te han traído ahora. Comprendo que, bajo tu punto vista, mis acciones puedan resultar agresivas, incluso malintencionadas o directamente malvadas, pero no puedo dejarte permanecer en este punto. Es crucial para mí que lo entiendas, te ruego que al menos lo intentes.
 - …
 - No, no soy una deidad como tú la definirías ni en ningún otro aspecto y, aunque así fuese, carece de importancia. Quien soy o lo que soy no afecta al hecho que ha reclamado mi atención. ¿Facilita esta respuesta tu correcta asimilación de esta conversación?
 - …
 - Vuestros hallazgos son, sin género de duda, notables. No obstante, el uso que pretendéis hacer de ellos parte de un error que no conoceréis.
 - …
 - Escucha atentamente pues lo que voy a decirte es de capital importancia. Habéis cruzado una línea oculta que ibais a cruzar, ergo teníais que hacerlo, pero aquí termina para vosotros, aquí se encuentra el horizonte insalvable de vuestras cábalas. Esta vez, vuestra curiosidad no será saciada.
 >> Ni tú ni los vuestros podréis viajar de nuevo hacia el Arjé. El fallo de las leyes físicas que aprovechasteis será solucionado y vuestros descubrimientos a este respecto devendrán en inútiles fórmulas de galimatías matemáticos. ¿Has comprendido?
 - …
 - Nada más lejos, es solo que el precio que el Universo habría de pagar por vuestras ansias sería demasiado caro.
 - …
 - Imagina la más inofensiva de las acciones. Imagina a un niño observando las aguas inertes de un estanque. Aburrido, el niño se agacha y recoge una piedra para tirarla al agua. La piedra rompe la superficie en un punto determinado del estanque, produciendo ondulaciones mientras se hunde trazando una danza errática y aparentemente imprevisible hasta que llega al fondo.
 >> El mismo niño vuelve a mirar las aguas y a tirar la misma piedra, pero alguien, uno de vosotros, se encuentra allí para observarle. ¿Caerá la piedra en el mismo punto del estanque, creará las mismas ondas y se hundirá hasta alcanzar el mismo lugar? Como ya sabéis, el mero hecho de observar al niño, de añadir un cuerpo que en el mismo punto del entonces no se encontraba allí, cambiará el anterior curso de los acontecimientos en menor o mayor grado. ¿Cómo calcular, manipular y corregir todas esas variables, algunas de las cuales ni siquiera sabéis que existen?
 >> Eventualmente os daríais cuenta de que la solución de los errores provocados conllevaría avanzar en el tiempo ya pasado, pues las ecuaciones correctamente solucionadas que representan el ahora habrían dejado de tener sentido. De este modo incurriríais en un sinfín de nuevas paradojas de imposible solución, de una forma similar a las ondas creadas por la piedra al perturbar la superficie del estanque.
 - …
 - Así es. ¿Comprendes entonces por qué se os niega el acceso a este conocimiento?
 - …
 - No, yo no lo sé todo y poco más puedo decirte.
 - …
 - No, no puedes regresar al ahora que has dejado atrás, es por ello que debías entender todo lo que te he contado. Has dado un paso que estabas obligado a dar, pero ahora debo tomar medidas drásticas para enderezar lo que habéis torcido.
>>Tu yo presente debe desaparecer del ahora pasado. Es la única forma de resolver las incógnitas de este nuevo problema. Integración, simplificación… Para tu realidad, desgraciadamente, significa la desaparición de tu consciencia presente.
 - …
 - No se trata de justicia, moralidad o ética. Es el pequeño sacrificio que vuestros cálculos exigen.
 - …
 - Es una decisión inapelable en la que ni tú ni yo tenemos capacidad de elección.  Lo lamento.
 - No… ¡No!... ¡NOOOOOOO!

martes, 10 de abril de 2012

En la boca del lobo - Capítulo 3


 "Líbrame de mis enemigos, oh, Dios mío; ponme a salvo de los que se levantan contra mí. Líbrame de los que cometen iniquidad, y sálvame de hombres sanguinarios“ Salmos 59:1-2

 Se agarraba al volante con ambas manos, compartiendo la desesperación del náufrago que se aferra a una tabla salvadora. Necesitaba sentir aquel tacto recalentado por sus propias manos o se ahogaría en sus pensamientos. Tenía la sensación de que, si se soltaba, ya no habría marcha atrás, solo le quedaría seguir adelante y afrontar las consecuencias. De hecho, sabía que así debía ser, no había llegado a esa situación para retroceder cuando estaba tan cerca del final, pero era un paso que no se atrevía a dar.
 Miró por la ventanilla, la vio sentada a su lado, y las dudas se renovaron. Suspiró ruidosamente y su aliento empañó el cristal borrando el rostro reflejado durante un instante, reconfortándole, como si así pudiese ignorar que estaba ahí.
 - Hace frío- dijo ella.
 - Sí- respondió sin mirarla. No podía, no quería mirarla-. Puedo poner la calefacción si quieres.
 - Lawrence- le posó una mano en la pierna, casi haciendo que se estremeciera al contacto de sus dedos-, ¿te encuentras bien?
 - Sí…- susurró, empujando su voz casi sin fuerza-, sí, estoy bien.
 -¿Por qué no nos vamos?- preguntó de repente al borde del sollozo-, no tienes por qué hacer esto, podemos irnos y…
 - No- le interrumpió-, esto es precisamente lo que tengo que hacer. No hay otra salida, Layla.
 - Te van a matar, Lawrence- las lágrimas brillaron en sus ojos y al momento cayeron por su rostro-, esos hijos de puta te van a matar.
 - No, no lo harán- contestó y se giró hacia ella. Una punzada de dolor le atravesó el pecho cuando alargó la mano para secarle la mejilla-. Ellos me quieren vivo, no se atreverán a tocarme.
 - Mientes muy mal- sonrió nerviosa, cogiéndole y besándole la mano-. Por favor, dime que todo saldrá bien.
 - Todo saldrá bien- dijo después de un corto silencio-, todo saldrá bien. Mañana estaremos lejos de toda esta mierda y ya no tendrás que preocuparte nunca más- se inclinó y la besó dulcemente en los labios, llevándose el sabor de las lágrimas en los suyos. Salió del coche y se quedó quieto delante de la puerta, observando la calle que tenía ante él.
 El viento de escarcha arrancaba las hojas muertas de las copas de los árboles que adornaban la avenida. Las farolas iluminaban una escena en la que nadie más que él participaba; las aceras estaban vacías y el asfalto muerto. Salvo por el rugido del invierno y la agitación de su propia respiración, no podía escuchar nada más.
 Cuando estuvo satisfecho, aspiró profundamente el aire gélido y lo soltó lentamente, viendo su aliento transformado en una nube de vapor. Sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo interior de la chaqueta y cogió uno, dándole una larga calada antes de tirarlo y cruzar por fin la calzada en dirección al portal de uno de los bloques de apartamentos al otro lado.
 Layla, inmóvil, como si temiese llamar la atención en medio de aquella tensión que le apretaba la piel como un grillete, contemplaba cómo él se alejaba. Tuvo un mal presentimiento, quiso bajar y llamarle, decirle que huyeran de allí sin importar lo que pudiese costarles.
 - Mientes muy mal- fue todo lo que acertó a decir.
 Lawrence volvió a pararse pero esta vez al lado del árbol que ejercía de centinela ante la puerta del edificio. Le temblaban las manos; sabía que no era culpa del frío. Sacó otro cigarrillo y lo encendió con bastantes dificultades. Cuando el fuego consiguió prender el tabaco, el portal se abrió de golpe y dos hombres salieron de él con mucha prisa. El primero, un cuerpo perfectamente esculpido en un gimnasio y embutido en un serio traje, le miró unos segundos evaluando si era una amenaza; entonces, demostrando que no sabía juzgar lo que veía, dejó pasar al segundo, un anciano de piel macilenta y colgante bajo la barbilla, calva llena de manchas y flanqueada por dos cordilleras canosas y abultado estómago. El viejo se detuvo en seco, clavando sus intensos ojos negros en el individuo que esperaba en la acera, reconociéndolo al instante.
 -¿Qué haces aquí?- preguntó enarcando una ceja con gesto despectivo.
 - Se acabó, Frank- respondió lacónico-. Lo dejo.
 - Estás bromeando, ¿verdad, muchacho?- dijo al cabo, conteniendo la risa que subía por su garganta sin poder evitar unos bufidos burlones-. Vete a casa, Lawrence, y descansa, no me hagas perder el tiempo con tus…
 - No, Frank- le interrumpió-, no he venido para hacerte perder el tiempo, he venido a recoger lo que me pertenece. Lo dejo- repitió, mirando el maletín que sujetaba.
 - Con que se trata de eso, ¿eh?- carraspeó, cada vez más nervioso, filtrándose en su voz lo molesto que empezaba a sentirse-. Qué iba a ser si no…, dinero, claro. No sé cómo llegué a pensar que eras diferente a los demás, Lawrence, que equivocado he estado contigo todos estos años…
 - Solo quiero lo que es mío- insistió.
 -¡A ti no te pertenece nada!- exclamó, enrojeciéndose su rostro casi al instante-. Cabrón ingrato, ¿quién te crees que eres, eh? De no ser por mí, de no ser por ellos, ahora estarías tirado en alguna cuneta, bebiendo vino y fumando crack, ¡mientras te dan por culo para conseguir sobrevivir un día más!- gritó-. No te debo nada, Lawrence…, ni yo, ni ellos. Tú eres el que nos debes tu jodida vida, ¡tú!, Lawrence- escupió en su dirección, dando por terminada la conversación-. Ahora lárgate cagando leches, ya me has fastidiado bastante por hoy- se colocó la chaqueta y le hizo una señal al guardaespaldas para reemprender la marcha, sobrepasando al otro como si ni siquiera estuviese allí.
 -¡Frank!- gritó cuando ya le habían dado la espalda, parándolos en el acto-, ¡no voy a irme sin lo que se me debe, Frank, te digo que lo dejo!
 - Piérdete, Lawrence, estás agotando mi paciencia- dijo sin girarse-. No me obligues a ponerte en tu sitio, ya hemos pasado por esto.
 - Lo sé, pero esta vez es diferente- contestó, sabiendo lo que aquello significaba.
 - Muy bien- el anciano se acercó a un coche y su acompañante le abrió la puerta-. Ya sabes lo que tienes que hacer- le dijo mientras entraba.
 - Sí, señor- asintió. El hombre cerró la puerta y volvió sobre sus pasos, deteniéndose a un par de metros del otro-. No es nada personal- murmuró.
 - Claro que no- contestó-, las órdenes son las órdenes y tú tienes cara de aceptarlas muy bien, ¿verdad?
 - Así es- cerró los puños, dio un paso al frente y lanzó un derechazo directo a la cara de su enemigo. Lawrence no lo vio venir y la fuerza de aquel bruto le golpeó como una maza, haciéndole caer de rodillas junto al árbol-. Vamos, chico, lárgate, ¿qué ganas con este numerito?
 -¿Piensas… piensas que vas a poder trabajar para ellos siempre?- tosió, llevándose la mano al labio cuando saboreó la sangre-, pues te equivocas. No sabes a cuántos como tú ya he sacado de en medio cuando dejaron de serles útiles.
 - Así es la vida- se encogió de hombros-, ahora hazte un favor y márchate de una vez.
 - Esto no funciona así, ya lo sabes- se levantó, encarándose a él.
 - Como quieras- e inmediatamente volvió a golpear, trazando un gancho que buscaba el estómago del otro. Lawrence extendió los brazos, posando la palma de las manos en el del gigante para apartarse de su ataque, como si estuviese esquivando la acometida de un animal. El guardaespaldas no perdió el tiempo y su puño izquierdo voló hacia la mejilla del joven, pero éste se agachó, sorprendiéndole con su agilidad, y en con el mismo movimiento le agarró la muñeca, guiando el puño hacia el tronco del árbol sin que pudiese hacer nada por evitarlo. El sonido espantoso del hueso al romperse precedió al aullido de dolor del hombre-. ¡Joder!- maldijo, dando unos pasos atrás-, ¡joder!
 - No merece la pena, sé que tú también lo sabes- le dijo jadeante por el esfuerzo-. Por eso quiero irme…, solo quiero dejarlo.
 -¡Que te follen!- bramó rabioso, alzando el puño derecho para descargarlo contra el pecho de su contrincante. De haber llegado a su destino, aquel golpe seguramente le habría roto el esternón como una rama seca, tal era su fuerza, pero el muchacho estaba demostrando ser una presa difícil. Se apartó de la trayectoria de aquel camión que iba hacia él y lo agarró firmemente con una mano cuando pasó de largo sobre su hombro, girando sobre sí mismo para quedar de espaldas al matón. Lawrence hundió el codo libre en el costado del guardaespaldas, robándole el aliento, y con un nuevo codazo le hizo doblar las rodillas, dejándole espacio para retorcerle el brazo en un ángulo insoportable, arrancándole más gritos-. ¡Suéltame…, tú ganas!
 -¿Por qué no me lo creo?- siseó, cerrando un poco más la llave para tumbar del todo al gigante.
 -¡No me pienso mover!- aseguró desde el suelo-, ¡tengo una mano rota, por el amor de Dios!  
 - Eso espero- masculló, liberando al hombre que se quedó tendido, intentando desobedecer el reflejo de llevarse la mano al brazo dolorido.
 Lawrence se limpió la sangre del labio, se sacudió el polvo y caminó hacia el coche en el que se había metido el anciano. No había dado dos pasos cuando la luz de una farola le descubrió que una sombra se había levantado a sus espaldas, y una potente patada cayó sobre él antes de que pudiese reaccionar, derribándolo. Su mundo se convirtió en una danza de luces titilantes, y por un momento creyó que no lo resistiría. Rodó por el suelo y vio al guardaespaldas, que ya estaba encima de él, preparado para pisarle la cabeza. Se incorporó rápidamente, ignorando el dolor, y le propinó un puñetazo en la entrepierna antes de que pudiese bajar el pie. El hombre se derrumbó, incapaz de soportarlo, retorciéndose en la acera como un gusano en el anzuelo.
 -¡Hijo… de… puta!- consiguió articular, levantándose trabajosamente, sintiendo cómo su espalda ardía allí en donde le había pateado. Se acercó al caído, le inmovilizó los brazos con las rodillas y le cogió la mano rota, apretándosela con fuerza, causándole tanto dolor que ya no pudo ni siquiera gritar para aliviarlo-. ¡Gilipollas de mierda!- exclamó antes de propinarle un puñetazo que le rompió la nariz-, ¡quédate en el puto suelo, cabrón!- golpeó una y otra vez hasta que el rostro del guardaespaldas se convirtió en un mapa de hematomas y cardenales teñido de rojo.
 Cuando estuvo seguro de que su enemigo había quedado inconsciente, Lawrence se levantó tambaleándose y fue de nuevo hacia al coche. Mientras se acercaba vio al anciano a través del parabrisas. Estaba mirándole con el ceño fruncido, muy quieto, perforándole de lado a lado, esperándole sin ningún temor. El joven buceó en sus ojos y encontró el desprecio, el odio que les provocaba. Algo se incendió dentro de él, alimentado el fuego por ese acto de desafío. Quería borrarle al viejo su expresión de soberbia, ya no se trataba solo de conseguir la libertad, sino también de darles a todos una lección que no olvidasen jamás.
 Se echó a correr y chocó contra el flanco del coche. Las puertas estaban cerradas. Frustrado, pugnó por abrirlas, pero era inútil. Buscó a su alrededor algo con lo que romper las ventanillas, pero no había nada. Totalmente fuera de sí, fijó su atención en el cuerpo del gigante. Lo agarró por los pies y lo arrastró hasta el vehículo, sentándolo contra él. Entonces cogió la cabeza del hombre con ambas manos y empezó a golpear con ella el cristal de la ventanilla, hasta que ésta acabó cediendo en medio de un estallido de astillas ensangrentadas. Dejó el cadáver a un lado y metió la mano por el agujero que había abierto para subir el pestillo. Abrió la puerta de un tirón e introdujo medio cuerpo dentro, extendiendo ya los dedos hacia el anciano. Pero todos sus músculos se paralizaron al encontrarse de bruces con el cañón de una pistola que le apuntaba.
 -¿Ya estás contento?- preguntó, dándole una bofetada-, ¿era esto lo que querías?- suspiró con tristeza-. No sabes en lo que te estás metiendo, Lawrence, nunca lo has sabido.
 - Para mí se acabó todo- susurró, sentándose lentamente-. Ya no soy vuestro.
 - Me importa una mierda lo que creas, hijo- le espetó-. Deberías haber aprendido que todos somos suyos, esta no es más que otra de tus pataletas.
 - Dame mi dinero y deja que me vaya, Frank, es todo lo que quiero- casi le suplicó.
 - Dios mío, no sabes con qué gusto te lo daría con tal de perderte de vista unas cuantas semanas- sonrió abatido-, pero lo que hay en este maletín no es tuyo- le dio unos golpecitos-. Por favor, vete de aquí ahora mismo e intentaré que sean indulgentes contigo esta vez, insiste en tu empeño…- le acercó la pistola a la sien.
 - No vas a hacerlo, Frank- le miró fijamente-, ellos me quieren vivo.
 -¿Estás seguro?- le sacudió con el arma en la frente-, yo no apostaría tan duro si fuese tú, pueden cambiar de opinión con mucha facilidad, sobre todo si sigues comportándote como un estúpido.
- Soy…
 - Eres muchas cosas, pero no irremplazable- no le dejó seguir, haciéndole un gesto con la cabeza-. Sal del coche.
 - No.
 - Sal del maldito coche- amartilló la pistola y se la pegó a la cabeza.
 -¡No!- se revolvió, dándole un manotazo al cañón, apartándolo de él. Asustado, Frank apretó el gatillo y se oyó un disparo que reverberó en toda la calle. La bala le rozó la mejilla al joven, pero éste no se inmutó, siguió forcejeando con el anciano hasta que le torció la muñeca y le obligó a soltar el arma sobre el asiento, de donde la recogió y le apuntó.
 - Estás a punto de cometer un gravísimo error- le advirtió sin perder un ápice de su prepotencia.
 - Dame el maletín, Frank.
 -¿A dónde vas a ir?- sonrió-, vayas a donde vayas, ellos te encontrarán.
 - Dame el maletín, no me obligues a disparar- jadeó nervioso.
 - Todavía estás a tiempo de irte por dónde has venido, no lo hagas y…
- Adiós, Frank- un segundo disparo fue llevado por el viento.
 Lawrence salió del coche y cruzó la calle con paso apurado sin mirar atrás. Sabía que pronto llegaría la policía, que debía darse prisa. Allí seguía Layla, observándole con los ojos muy abiertos y empapados en lágrimas. De pronto se sintió exhausto y la sangre huyó de sus mejillas, pero también le invadió una sensación de alivio que se hacía más fuerte con cada metro que se alejaba. Entró y le tendió el maletín a ella.
 - Ya está, Layla, ya podemos irnos- le dijo, pero ella no contestó-. ¿Estás bien, cielo?
 - Ahora sí que la has cagado, Lawrence- dijo una voz masculina desde el asiento de atrás-, en serio, la has cagado a base de bien- y escuchó el chasquido de un arma amartillada.
 -¿Cómo has…?- se le hizo un nudo en la garganta y le costó respirar.
 - Conduce- respondió sin más-, y te recomiendo que no intentes nada raro, no he venido solo- rió-. Dios mío, Lawrence, ¿cómo se te ha ocurrido semejante locura? En serio, ¿dejar al viejo Frank y a su gorila solos?, pareces nuevo. Ah, por cierto, señorita, yo llevaré el maletín si no le importa.
 - Deja que ella se vaya, Max.
 - Debiste haberlo pensado antes, ¿no te parece?- respondió-. Venga, en marcha, aún queda mucha noche por delante y ponte algo en esa herida, vas a dejarlo todo perdido.

martes, 13 de marzo de 2012

Basureros


– Ya verás cómo los Crushers les dan una buena paliza a tus Murderers mañana por la noche – dijo uno de los hombres mientras tiraba con visible trabajo del contenedor, enganchándolo en la pinza del camión.
– Eso es lo que os gustaría, ¿verdad?– respondió el otro con sorna, ajustándose las gafas protectoras y la máscara –. Creo que Carl me ha vuelto a cambiar el bozal, este me queda pequeño y se me está clavando en la cara – protestó, apretando el botón que activaba el mecanismo de recogida. El contenedor se elevó por los aires hasta una abertura en la parte superior del camión, volcando su contenido con un sonido seco y pesado.
– Pues no es buena noche para que te lo quites, en la tele han dicho que hoy el tiempo de exposición al aire no debe superar los cinco minutos – le advirtió, acercándose a él para ayudarle –. A ver, estate quieto, no puedes romper el cierre que no llevamos respuestos en el camión.
–¿Cómo que no?– protestó –, ¿qué ha pasado con los de emergencia?
– La empresa ha hecho recortes otra vez – observó el otro –, dicen que no se pueden permitir tener bozales, ni mangas, ni nada de nada, así que ahora tenemos que llevar cuidado con lo que hacemos. Ya está, a ver si ahora te va mejor. Pensaba que tú, como enlace sindical, sabrías todo eso.
–¿Qué voy a saber?– dijo, moviendo la máscara a un lado y a otro –. Sí, me hace menos daño, gracias. Hace años que las empresas no nos consultan ni nos mandan nada, hacen lo que quieren y punto, ya ni siquiera nos avisan cuando convocan una reunión del comité. Cero.
– Ya, bueno, Ben, no hace falta que me des la charla, ¿eh?, era sólo una observación­- y tiró de otro contenedor.
–¿Charla, qué charla, Terry?, sólo te estaba diciendo lo que hay­– se apresuró a echarle una mano, tirando ambos con fuerza.
– Todos... sabemos cómo sois... los sindicalistas- jadeó por el esfuerzo–. Si no se os para a tiempo os ponéis a berrear tonterías que no llevan a ninguna parte. Este sí que estaba lleno, ¿verdad?
– Ya empezamos con las tonterías de siempre– suspiró, empañando las gafas un instante-. Si los sindicatos no hacemos nada, por que no hacemos nada, si hacemos algo, podíamos hacer más, ¿pero a que ninguno de vosotros firmó la petición para extender las vaciones?
– Venga ya, ¡es que eso no lo van a aceptar nunca!– exclamó, agitando la cabeza–. Dos semanas de vaciones al año..., seguro que estábais colocados de MDMA cuando se os ocurrió, viendo el mundo de color de rosa y acariciando ositos de peluche. ¡Oh!, mira tú...
Ben se giró para ver lo que le señala su compañero. Por la carretera vieron aparecer un largo coche negro, engalanado con grandes coronas de flores artificales en los flancos, seguido por varios más, formando una lenta procesión motorizada. Dentro del primero, conducido por un hombre de rostro taciturno, llegaron a adivinar una caja de polímero termoplástico que imitaba a la madera; en los demás viajaban personas trajeadas protegidas por el interior estanco y autorenovado de los vehículos.
– Cuanto lujo – dijo Terry –, algún día espero tener lo suficiente para que a mí también me paseen.
–¿Quieres que te entierren?– preguntó incrédulo–, no sabía yo que apuntabas tan alto.
– Hombre, sobre todo es por la pompa del funeral y todo eso, ¿no?– contestó, golpeando el mando de la pinza–. Ya sabes, tus amigos y familiares llorándote, una capilla ardiente, un cura leyendo la Biblia para darte el último adiós, lo que te digo, todo un lujo.
–¡Eh, vosotros!– ladró con voz metálica el altavoz que había detrás del camión para comunicarse con el conductor–, que es para hoy, aún nos queda toda la ruta por hacer.
– Venga ya, Cliff, no te pongas pesado– sonrió Ben–, tenemos toda la noche por delante.
– Como nos vuelvan a echar la bronca en la central ya veréis lo pesado que me voy a poner– amenazó, cortando el canal.
– Éste debe creer que nos van a pagar más acabemos o no la ronda- se burló Terry, echando la mano al tercer contenedor.
– Seguramente..., ¡eh, eh, ustedes!– le gritó a dos hombres que se acercaban desde los portales cercanos, cargando una gran bolsa entre los brazos– , ¿a dónde creen que van con eso?
– Pues a tirarlo, claro, además, ya que están ustedes aquí se lo pueden llevar ahora mismo.
– De eso nada, el horario de depósito es de ocho de la mañana a doce de la noche, así que ya se están yendo por donde han venido.
– Pero hombre, comprenda que es una urgencia– dijo uno de ellos–. Si por nosotros fuera, lo dejaríamos a otra hora, ¿tanto les molesta?
–¿Tanto les molesta a ustedes dejarlo en casa hasta mañana?– se acercó Terry
–¿Y dónde?– preguntó el otro hombre–, si no tenemos sitio para...
– Pues en la cama, en la bañera o qué se yo, ese no es problema nuestro, caballero– respondió Ben, enfadado–. Pero si insisten, llamamos a la policía y se entienden con ellos, que nosotros aún tenemos mucho trabajo por delante, ¿les parece?
– Bueno, hombre, no hace falta ponerse así, ya nos vamos– miró a su acompañante y le hizo un gesto con la cabeza. Se dieron la vuelta y empezaron a caminar hacia el edificio.
– Hay que joderse, ¿te das cuenta?– carraspeó Ben, colocando los puños en las caderas.
– Ya nadie tiene respeto por el trabajo ajeno y menos por el nuestro– asintió Terry.
–¡Basureros, hijos de puta!– gritaron.
–¡Ven aquí si tienes cojones, pedazo de mierda!– gritó Ben, acercándose al portal a grandes zancadas, metiendo la mano enguantada dentro de uno de los bolsillos del mono, como si buscase algo.
–¡Déjalo, hombre!– le paró su compañero–, ¿no te llegó con la pelea de ayer?
–¡Ven, cabronazo, ven que te voy a romper el bozal y dejarte aquí fuera para que te airees!– siguió gritando.
–¡Vamos, joder, que como sea él el que te lo rompa a ti a ver qué te pones en la cara!
–¡Está bien!– dijo, desenbarazándose de los brazos de Terry–, pero te juro que como vuelva a verle, se va a acordar de mi.
–¿Pero qué dices?, si no lo vas a reconocer– empezó a reír.
– También tienes razón– rió a su vez, entrecortándose sus carcajadas por una violenta tos–. Madre mía..., estos cambios en la saturación me matan.
– A ti y a todos – chistó el otro–, mi padre, por ejemplo, falleció esta semana, así, de repente.
– Oh, vaya, lo siento mucho, ¿qué edad tenía?
– Ya le llegaba, cincuenta y cinco años, todo un currante, sí señor- contestó, ocupando su lugar en una de las plataformas al lado de la compactadora–. Cáncer de pulmón con metástasis en el hígado y el páncreas, ya sabes, lo de siempre.
– Menuda mierda– murmuró Ben, agarrándose a la otra abrazadera.
– Sí...– dijo Terry encogiéndose de hombros–, lo tuvimos un par de días en casa para que la familia pudiese verlo y eso, pero bueno, si mi hijo me ha hecho caso, ya debería estar en el contenedor para que lo recojan hoy.
El conductor miró por el retrovisor y los vió preparados. Gruñó y pensó en ponerles las pilas otra vez a aquellos vagos por el tiempo que habían perdido en la parada, pero se dijo que no valía la pena. Arrancó camino de la siguiente manzana y dio gracias de que su ruta no incluyera ninguna prisión.