domingo, 4 de diciembre de 2011

Parábola del caminante

Cierto día, un caminante paseaba por un camino. El hombre se detuvo frente a otro que trabajaba laboriosamente cortando madera.
 - Buenos días- dijo desde el sendero.
 - Buenos días- respondió el otro sin pararse.
 -¿Qué es lo que está haciendo, buen hombre?- preguntó.
 - Estoy cortando troncos para construirme una casa en la que vivir- respondió orgulloso.
 - Estupendo, estupendo, entonces no le entretengo más, que tenga un buen día- y el caminante siguió su camino.

 Con el paso del tiempo, el caminante vio cómo la casa tomaba forma poco a poco hasta que finalmente estuvo acabada. Varios días después, el caminante encontró de nuevo al hombre trabajando, esta vez cavando cerca de la casa.
 - Buenos días- saludó sonriente.
 - Buenos días- contestó el otro.
 -¿Qué es lo que está haciendo esta vez, buen hombre?
 - Oh, pues, cavo un pozo que me provea de agua- dijo.
 - Estupendo, estupendo, entonces no le entretengo más, que tenga un buen día- y el caminante siguió su camino.

 Los días se convirtieron en semanas y el caminante pudo ver cómo el pozo iba tomando forma poco a poco hasta que estuvo terminado. Entonces, cuando ya habían pasado varios meses y el caminante observaba el tejado de la casa y las curvas del pozo como un elemento más del paisaje, encontró al hombre clavando unas estacas alrededor de ambos.
 - Buenos días- dijo sin salir del camino.
 - Buenos días- respondió mientras seguía golpeando.
 -¿Qué es lo que está haciendo, buen hombre?
 - Ahora que he acabado la casa y cavado el pozo voy a levantar una cerca.
 -¿Para qué?- inquirió, extrañado.
 - Para que todo el mundo sepa que lo que hay tras ella es mío y que esta es mi casa- contestó sin más.
 -¿Y por qué no construye también una jaula de cristal para encerrar el aire?
 -¿Cómo dice?- preguntó, deteniendo el martillo para mirarle.
 - Así como levanta una cerca en la tierra, así como excava un pozo para el agua que corre bajo nuestros pies, ¿por qué no encerrar el aire que pasa alrededor de su casa?
 - Pero..., eso es imposible, señor.
 - Pero si fuese posible, ¿lo haría?
 - Pues no..., supongo que no, señor.
 -¿Y por qué no?
 - Por que el aire no tiene dueño, claro, sería una locura intentar encerrarlo.
 -¿Y la tierra y el agua sí lo tienen?- preguntó una vez más-, ¿por qué, por que podemos acotar la primera y almacenar la segunda?
 - No lo sé, señor- dijo, un tanto confundido por las palabras del extraño.
 -¿Sabe lo que pasaría si pudiese ponerle cerrojos al aire?, que puede que usted no lo hiciese, pero alguien lo haría y se ahogaría en su propia avaricia- concluyó el caminante con severidad-. He visto cómo en estos meses cortaba los árboles que había al borde del camino para edificar su casa y nada he dicho porque es justo que un hombre tenga un techo bajo el que vivir. También he visto cómo cavaba su pozo y empleaba piedras de los alrededores para levantarlo y tampoco he dicho nada porque un hombre debe poder calmar su sed. Mas, ahora pretende construir una valla para que nadie pueda pisar lo que nunca fue de nadie si usted no lo quiere, ¿qué sería de usted y de su valla si yo ahora cercara este camino que recorro todos los días y le impidiese ir por él?
 - Que iría por los bosques o las colinas, claro- sonrió.
 - Los bosques también tienen dueños, y los prados y las colinas. Las montañas, los ríos y los mares y los cielos, todos tienen un dueño, celosos guardianes de sus propiedades. Dígame, ¿qué es lo que haría entonces usted con su cerca?
 - En ese caso, no lo sé...
 - Lo único que habría conseguido es darles la razón- dijo apenado-. Con sus cercas, con el mío y el suyo, finalmente todo acabaría teniendo dueño. El aire, la luz del Sol, los pájaros, los peces... todo sería de alguien. Si alguna vez llega ese día, aquel que tenga un pozo será un tirano en tiempos de sequía, quien posea animales dejará que otros pasen hambre si no pueden darle lo que les pida a cambio- suspiró y siguió andando, seguido por la mirada del hombre-. Usted, con su cerca, no hace más que convercerme de que, al final, habremos acumulado tanto rencor y envidia hacia nosotros mismos que nos haremos seres mezquinos, criaturas viles a las que les dará lo mismo los padecimientos del prójimo y, por mucho que suceda después, ya no sabremos vivir de otra forma.
 El caminante desapareció tras una vuelta del camino. El hombre se quedó pensativo durante largas horas, mirando las estacas que ya había clavado. Entró en la casa y salió con una azada, decidiendo que lo mejor sería aprovechar parte del trabajo hecho para empezar un pequeño huerto.