"Así es que aquel siervo [esclavo] que, habiendo
conocido la voluntad de su amo, no obstante, ni puso en orden las cosas, ni se portó
conforme quería su señor, recibirá muchos azotes." Lucas 12:47
- Es una lástima- dijo
el hombre desde el escritorio en el que se sentaba-. En serio, una verdadera
lástima.
-¿Me vas a decir ahora
que te doy pena?- respondió el otro, atado a una silla, con voz débil, tan rota
como el resto de su cuerpo.
- Que te hayas
desmayado ha sido una lástima, ya lo creo que sí- respondió, cogiendo un
cigarrillo y encendiéndolo-. Además de una falta de respeto por tu parte,
Lawrence, no sabes apreciar un buen trabajo artesanal- dio una profunda calada
y se echó las manos a los hombros con una mueca de dolor, haciendo crujir los
huesos-. Tengo la espalda destrozada por culpa de tipos como tú, en serio, la
espalda llena de nudos, mi quiropráctico está forrado, ¿te has parado a pensar
en lo que sufre mis pobres músculos al estar ahí agachado jodiéndote las
rodillas con un picahielos y una lima?
- Tienes razón, Max,
soy un puto cabrón insensible- no abrió los ojos por miedo a ver lo que le
había hecho. En su cabeza creyó que por fortuna ya no quedaba sitio para más
dolor, entonces intentó mover las piernas.
- Y que lo digas,
Lawrence, y que lo digas- suspiró cansado, observando el montón de herramientas
ensangrentadas que tenía a su lado-. Yo que tú no intentaría moverme mucho, en
serio, creo que hice un trabajo de primera- sonrió complacido-, esta vez van a
tener que hacer algo mejor que coserte para verte otra vez por ahí dando por
culo. No, creo que ahora vas a tener que dejarte la pasta en el puto
protesista.
- Eres un hijo de la
grandísima puta- murmuró, recostando la cabeza sobre el respaldo de la silla.
La sangre se arremolinó en su cráneo y una deliciosa sensación de mareo se lo
llevó durante unos segundos hasta que se hizo insoportable, obligándole a
regresar al mundo.
-!Ah!, te las buscas
tú solito- dejó el escritorio y caminó hasta el sillón al otro lado, dejándose
caer en él con un sonoro bufido de alivio-. Nunca he entendido tu insistencia,
Lawrence, en serio, eres un buen tipo, pero deberías aprender a dejar las cosas
tal y como están.
-¿Por qué no me matáis
de una puta vez?- abrió los ojos, casi cegados por la sangre que caía sobre
ellos, y los clavó en los de su torturador-. Es más barata una bala en la
cabeza que toda esta mierda sado.
- Verás- comenzó,
reclinándose en el sillón para poner los pies encima del escritorio,
permitiéndose otra calada antes de continuar-, porque no les gustas, Lawrence.
No les gusta tu jeta, no les gusta tu voz y, lo más importante, no les gusta
una mierda que andes metiendo las narices en donde no te llaman. Si algún
descerebrado matón de tres al cuarto te metiese una bala en esa cabezota que
tienes se sentirían profundamente decepcionados, en serio, así que, con la
esperanza de que aprendas, te mandan aquí conmigo a ver si adquieres un poco de
cordura- apagó el cigarrillo y cogió otros dos-. ¿Te apetece uno?
- Por favor...
- Además, está lo de
la chica- encendió los pitillos y puso uno en los labios del prisionero-.
Tampoco les gustó lo de la chica, no les gustó nada de nada. Les cabreó un
huevo. No sé en qué cojones estabas pensando, pero la cagaste a base de bien.
- Layla- la ceniza
caía sobre su regazo lentamente, no es que le importase, pero guiado por ella
acabó bajando la mirada y vio lo que quedaba de sus rodillas. La carne roída y
desgarrada por el picahielos y las tenazas, astillado el hueso hasta el tuétano
y luego limado hasta hacerlo desaparecer casi por completo. No había nada
reconocible en aquella amalgama roja y blanca. Max tenía razón, esta vez estaba
jodido de verdad-. Layla...
- Sí, así se llama,
sí- afirmaba con la cabeza mientras regresaba al sillón-. No es mi estilo de
chica, pero no se puede decir que tengas mal gusto con las mujeres, otra cosa
es la suerte que tienes al elegirlas.
-¿Qué habéis hecho con
ella?- deseó no estar atado, deseó tener una barra de hierro entre las manos y
la fuerza necesaria para abrir la cabeza del hombre que tenía ante él.
- Sabes que yo no
trabajo con mujeres- contestó, levantando las manos y cerrando los ojos en un
gesto de indiferencia-. Un umbral del dolor demasiado alto y unas implicaciones
morales demasiado pesadas para mí. ¡Joder, Lawrence, que yo también tengo madre
y esposa!, no puedo torturar a las madres y esposas de otros.
- Estás loco-
exhausto, apenas pudo escupir la colilla lo bastante lejos como para que no le
cayese encima-, necesitas ayuda, Max.
- Voy al psicólogo
tres veces por semana, Lawrence, en serio- se levantó, paseando los dedos por
la mesa hasta hacerlos chocar contra la cabeza de un martillo-, pero no vale de
nada. Pero eso le hace feliz, tanto como a mi quiropráctico.
-¿!Dónde está, que vais
a hacerle, monstruos¡?- aulló de dolor al revolverse en la silla, de pronto se
sintió débil, tanto que hasta le costó volver a tomar aire.
- Tranquilízate, te va
a dar un derrame si sigues acumulando tanto estrés- cruzó la sala y salió del
campo de visión de su juguete. Desde donde estaba, el prisionero escuchó un
tintineo y un golpe metálico, seco y duro contra el suelo. Segundos después vio
pasar ante sus ojos una mascarilla y la goma se ciñó alrededor de su cabeza, empezó
a serenarse cuando el oxígeno llegó a través del tubo-. Así está mejor, ¿te
costaba respirar, verdad?, llevas muchas horas en esa posición, es normal que
tengas alguna dificultad- volvió al escritorio y cogió el martillo junto a otro
cigarrillo que inmediatamente incendió-. Y por ella, por ella no te preocupes
demasiado, está más cerca de lo que crees- sonrió.
- No sabe nada, Max,
dejad que se vaya- las lágrimas llenaron sus ojos, limpiando la sangre que los cubría. Desfallecía, el cerebro pareció
hacerse más grande que el hueso que lo contenía y estuvo a punto de vomitar. De
repente, todo se descontroló.
- No, no, no, no- se
apresuró a socorrerlo-. Tienes que relajarte, Lawrence, en serio, si entras en
shock tendré que llevarte a un servicio de urgencias cualquiera y abandonarte
allí.
-¿Dónde, dónde...?-
pudo preguntar entre las convulsiones.
-¿Ves?, a esta clase
de obstinación me refería- dijo mientras abría un botiquín colgado de la pared
tras el escritorio, sacando de él una jeringuilla y un pequeño vial de líquido
trasparente-. Espera un segundo y procura estarte quieto, puede que notes un
ligero pinchazo- sonrió al clavarle la aguja en el hombro, empujando el émbolo
poco a poco. Para el prisionero, aquel líquido parecía fuego entrando en su torrente
sanguíneo y una presión dolorosa le hizo ponerse en tensión-. Ya está, en unos
minutos o te encuentras mejor o nos vamos de excursión. Descansa un poco, en
serio, te hará bien.
- La... Lay...
- Sí, Layla, no hace
falta que me lo repitas, Lawrence, puede que me falle el pulso, pero sigo
teniendo un buen oído- tiró la jeringuilla a la papelera y se apoyó al lado del
espejo que dominaba la estancia, devolviendo oscuridad a las sombras, tétricas
y horribles, que lo consumían todo-. De todas formas, ¿estás seguro de que
quieres verla?, en tu estado no podrás hacer gran cosa.
- Disfrutas con
esto... ¿verdad... cabrón sádico?- dijo con un hilo de voz.
- Todo lo contrario-
aferró el martillo con fuerza y rompió el espejo con un golpe seco. La
superficie se agrietó y con un segundo golpe se desprendieron grandes trozos
que brillaron en la caída hasta estrellarse contra el suelo. Un agujero
apareció en la pared, revelando una habitación al otro lado del espejo. Allí
estaba ella, también atada a una silla, amordazada, con los ojos hinchados por
las lágrimas y la náusea de la tela aprisionando la lengua-. ¡Et voilà!
-!Layla¡- se intentó
liberar de sus ataduras y un dolor indescriptible lo redujo a la nada. Inmóvil,
sintió cómo el dolor remitía y era poco a poco substituido por un frío
profundo, inmenso. Ella trató de escapar, pero también le fallaban las fuerzas;
como él, llevaba demasiadas horas atrapada.
- Ha estado ahí todo
el rato- bostezó Max, dejando el martillo y cambiándolo por el picahielos-,
mirando. Seguro que ha sido bastante entretenido y sobre todo instructivo, en
serio, no sabes lo útil que le resultaría a algún matasanos el verme trabajar.
Parece mentira que a alguno le hayan aprobado anatomía- retiró los pedazos de
espejo que aún permanecían pegados al marco y se sentó en él, pasando las
piernas al otro lado para entrar en la habitación contigua. Los prisioneros
intercambiaron miradas de angustia, ignorado por completo los movimientos de su
torturador.
- Deja que se vaya...
por favor- suplicó con desesperación, apretando los dientes hasta casi hacer
sangrar las encías.
- Me temo que eso no
va a ser posible y lo sabes- contestó el otro, situándose detrás de Layla y
poniéndole la mano en el hombro-. Se ve que ha sufrido mucho la pobre viéndolo
todo, me pregunto si se desmayó como tú, Lawrence- descargó el puño cerrado
alrededor del picahielos en el otro hombro. Ella se giró al sentir el peso del
golpe y se sacudió en la silla al ver la punta de acero, intentando sacarse
ambas cosas de encima-. Fueron muy específicos con lo que debía hacer con ella
una vez acabase contigo, Lawrence, y pese a mis quejas y todo, no me dejaron
opción, en serio. Son los que mandan, no permiten que nadie les lleve la
contraria, por eso estamos todos aquí.
- Por favor...- dijo,
las lágrimas cayendo por sus mejillas al comprender lo que iba a pasar.
- Muy claros, en
serio, Layla- le ignoró y hundió los dedos en el hombro de la mujer hasta que
la hizo doblarse de dolor-. Me dijeron, "Max, cuando lo haya visto todo,
ya no necesitará ver nada más"- de repente, enterró el picahielos en el
ojo derecho de la prisionera. El grito, aún enmudecido por la mordaza, recorrió
la habitación como un trueno. Antes de que Lawrence pudiese reaccionar, el
carnicero ya había extraído el picahielos y sajado el ojo izquierdo-. Ya está
hecho- murmuró Max, alejándose de ella con la expresión de quien ha matado a un
perro rabioso.
La espalda de Layla
formaba arcos contra el respaldo de la silla, retorciéndose, doblándose,
saltando y chillando dentro de sus ataduras y su bozal. Sollozaba, impotente,
devorada por el dolor. De las cuencas oculares manaba profusa la sangre,
formando rápidos ríos que se deslizaban por la cara, empapaban el trapo de la
boca y continuaban hacia abajo, hasta caer al suelo. Max la miraba, con el
picahielos goteante aún en la mano, sintiendo la necesidad urgente de otro
cigarrillo. Tal era la violencia de sus espasmos, que la mujer acabó
derrumbando la silla y cayó, moviéndose en el piso como un pez ahogándose. El
sonido de la madera chocando contra el suelo liberó a Lawrence del horror,
permitiéndole gritar a pleno pulmón hasta que una tos, seca, dura, se lo
impidió.
-¡¡Te mataré, te juro
que te mataré hijo de puta!!- aulló el hombre, tosiendo y llorando, casi
ahogándose.
- Esto tampoco ha sido
plato de buen gusto para mí, Lawrence, en serio- dio un respingo y soltó el
picahielos como si de repente le quemase en la mano-. En serio, no tenía más
opción que hacerlo- dio otro respingo y salió de la pequeña habitación del mismo
modo en el que había entrado. Se quedó de pie delante del escritorio y cogió el
tan deseado cigarrillo. Layla seguía gritando dentro de la mordaza.
-¡Hijos de puta,
malnacidos, os mataré, os mataré!- fuera de sí, ya casi no sentía todo lo que
le había hecho.
- Por favor, Lawrence,
ya hemos acabado, no me pongas esto más difícil de lo que ya es- dijo, abriendo
el botiquín y extrayendo una nueva jeringuilla llena de un fluido amarillento-.
Con esto te sentirás mejor- le dio unos golpes con el dedo mientras empujaba
ligeramente el émbolo para extraer el aire del interior y le inyectó-. Mucho
mejor, te lo aseguro.
- Te buscaré, Max, y
los buscaré a ellos- gruñó, sintiendo como las pocas energías que le quedaban
se escapaban rápidamente sin que pudiese hacer nada. Los músculos se relajaron
casi por completo, apenas podía mantener los ojos abiertos-. Te juro... te
juro...
- Lo sé, Lawrence, lo
sé, en serio- se limitó a responder el torturador, acariciándole la cabeza-.
Puede que acabes encontrándome, pero a ellos, a ellos no creo que los
encuentres nunca y aunque lo hagas, no podrás tocarles ni un pelo. Todo ha sido
inútil, Lawrence, todo lo que has sufrido, lo que ha sufrido esa pobre mujer,
todo inútil.
Max asió una navaja
del escritorio y cortó las cuerdas que sostenían al prisionero. Éste cayó a
plomo en el suelo, arrancándose la máscara de oxígeno de la cara en el proceso.
Se agachó a recogerlo y lo levantó con visible esfuerzo hasta sentarlo de
nuevo. Ya se alejaba cuando notó los brazos del hombre cerrándose alrededor de
su cintura, y un dolor punzante en la base del cuello le hizo gritar cuando le
hundió los dientes en la carne. Quiso desembarazarse de él, pero no podía
luchar contra el peso que lo arrastraba hacia abajo y con el fuego que le
nublaba la vista. Finalmente, Max, que forcejeaba con una bestia que ya no le
iba a dejar escapar, perdió pie al pisar la máscara de plástico y resbaló.
Ambos cayeron, golpeando el escritorio que volcó, arrojando todo lo que en él
reposaba.
-¡Quítate de encima,
cabrón!- ladró Max mientras le daba puñetazos al animal en la sien. Su cuerpo
se estremeció por completo cuando Lawrence cerró con más fuerza y tiró hacia
fuera, arrancándole un pedazo de carne. Alzándose sobre él, el prisionero
hundió el índice y el pulgar de una mano en los ojos del otro.
-¡Que te jodan!-
gritando, el torturador le echó las manos al brazo y a la cara, tratando de
alejarlo. Mientras luchaban, la mano libre de Lawrence topó con algo frío y
duro, lo cogió sin ni siquiera mirarlo y golpeó con ello la boca de su enemigo.
El martillo destrozó varias piezas dentales en la bajada y Max volvió a sentir
lo que era el dolor. Una y otra vez, el martillo se estrelló contra la cara del
monstruo hasta que dejó de moverse. Sudando, jadeante por el esfuerzo, Lawrence
se echó a un lado. Se dejó caer justo al lado de Max y le miró. Su cara era un
reguero de cardenales que lo guiaban hacia la línea sanguinolenta en la que
había convertido las encías-. Ahora también vas a tener que dejarte la puta
pasta en un dentista, cabrón.
-¡Lawrence!- exclamó
de repente la voz de Layla-. ¡Lawrence, por el amor de Dios, Lawrence!
- Layla, cariño, estoy
aquí.
-¡Oh, Dios, Lawrence,
me ha dejado ciega, me ha dejado ciega!- sollozó, aterrada.
- Lo sé, mi amor, lo
sé- dijo, intentando incorporarse. No sentía las piernas y, viendo el estado de
sus rodillas, prefería que así fuese-. No te preocupes, voy a soltarte.
- Lawrence- la voz le
temblaba por el intenso dolor, el miedo y la congoja-, ¿qué nos ha hecho?
- Lo superaremos, cielo,
ahora voy- se arrastró, cargando con el peso muerto de las piernas. Resoplando,
usó el escritorio para trepar y se encaramó al marco vacío que había dejado el
espejo. Alzó los ojos y vio una puerta en la que no había reparado antes, ahora
abierta, a un lado de la habitación. Miró hacia Layla y se encontró con los
ojos de dos hombres que la flanqueaban-. Oh, no... mierda, no.
-¿Qué pasa, Lawrence,
qué pasa?
- No pasa nada, cielo,
no pasa na...- no pudo terminar la frase cuando la culata de un revólver le
impactó en la cara, casi rompiéndole la nariz y dejándole sin sentido.
-¡Lawrence,
Lawrence!- gritó Layla cuando escuchó el sonido del choque y el cuerpo del
hombre regresando al piso. Chilló pero pronto le ataron de nuevo la mordaza. En
ese momento supo que nunca saldrían de allí.