jueves, 23 de junio de 2011

El Ilusionista

Hace ya mucho tiempo que los juegos de manos dejaron de tener misterios para mí. Barajo los naipes y dejo que sea el público el que haga el trabajo. Convierto una simple moneda en motivo de pasmo cuando pasa por el cuello de una botella, arranco ovaciones cuando un conejo sale volando con las alas de una paloma, controlo los caprichos de la luz que rebota en los espejos que coloco o aprovecho el eco de las danzantes sombras.
Paseo el arte de la prestidigitación por las calles, la llevo a los teatros y la elevo ante miles de ojos. Todos pendientes de mis manos y sus movimientos, intentando dilucidar la clave que descifre el enigma que les propongo.
Mil y un trucos con los que se entretienen, deleitan y maravillan aquellos que vienen a ver lo que sólo yo quiero que vean.
Por todo esto, ellos me llaman Mago.
Pero hay una disciplina de la magia en la que he puesto siempre toda mi atención y todo mi esfuerzo, a cuyos trucos nunca se ha presentado espectador alguno. Practicada con celo en la intimidad de mi cuarto, en el olvido de los templos inundados de humo y vasos huérfanos o en las avenidas vacías de día.
Escapismo.
Un escapismo en el que no pensaba Murray cuando le dio nombre y que poco tiene que ver con las hazañas de Erik Weisz. Ellos lucharon contra camisas de fuerza, esposas, tanques de agua cerrados con llave o con todo a la vez para un auditorio que prorrumpía en aplausos, yo por mi parte me especialicé en sacudir de mis espaldas las muchas cadenas que la humanidad fabrica contra si misma.
Cómo noté aquellos gruesos y pesados eslabones que se hunden con crueldad en la carne, deformando las figuras obligadas a caminar encorvadas por el peso, surcando los rostros de gargantas de ancianidad y el cabello de vetas nevadas aún cuando el corazón late joven. Sus grilletes forjados en las mentiras de los moralistas asustados de sus propios deseos, en las órdenes de sacerdotes que hablan a través de la boca de sus dioses y en las tradiciones dictadas por seres de recio corazón. Todos los aceptan con resignación y algunos hasta celebran tales atrocidades, a veces, se elevan voces que derriban sus muros y creen que han triunfado cuando vuelven a levantarlos con ladrillos de otro color. Pero es difícil. Muy difícil.
Así, en mi soledad, auténtica o rodeado de extraños, sigo arrancándome capa tras capa de piel, siempre marcada por las llagas ennegrecidas que dejaron las muelas de estas terribles cadenas.
Por todo esto, ellos me llaman Monstruo; otros, Ser Humano.