lunes, 26 de enero de 2009

El hombre que desafió la tentación

- Has tenido el valor de llamarme, mortal, y este simple hecho ya te hace digno a mis ojos.- la voz era el desgarrado eco del viento hendido por afilada hoja. En ciertas sílabas llegaba a ser tan aguda que obligaba a encogerse de hombros y echarse las manos a los oídos.- Ahora, dime, ¿qué es lo que deseas?- inquirió con tono satisfecho, estudiando el rostro del hombre con el único y gran globo ocular que parpadeaba en su pecho. Estupefacto por lo que había conseguido, éste no pudo decir nada, tan sólo mirarle con los ojos abiertos de par en par.- ¿Qué sucede?,- rió sin boca, pues su cara era una máscara vacía, carente de todo rasgo humano.- ¿después de todo lo que has hecho, no esperabas que acudiera o es que ha sido tan repentino que aún no has tenido tiempo de escuchar lo que tu corazón anhela?- fue entonces cuando, para sorpresa del mortal, el demonio se puso en pie, despegando las rodillas del suelo. Era extremadamente delgado, como si en realidad no fuese más que una osamenta viviente, con largos brazos que se mecían como ramas de árbol desde sus hombros. Su piel, si eso era lo que cubría su cuerpo, era de un extraño y fascinante color rojo, similar al de la sangre, que, de alguna manera, cambiaba de color una y otra vez, tiñéndose de naranja, violeta y amarillo para regresar al rojo.- Muy bien entonces…, déjame pensar.- dijo, frotándose la barbilla.- Los hombres habéis codiciado los bienes materiales desde que comenzasteis a vivir en sociedad…, ¿es eso lo que deseas?- y, a los pies de la criatura, el suelo comenzó a cambiar, devolviendo brillos dorados a las velas que aún permanecían encendidas, hasta que toda la habitación se convirtió en oro macizo.- ¿Y bien?- no obtuvo respuesta, el hombre se limitó a mirarle, extasiado.- Parece que será más difícil de lo que había imaginado.- hizo un gesto con la muñeca, y el baño dorado comenzó a desaparecer, regresando al lugar del que había surgido.- ¿Ansías el poder sobre tus semejantes, quizás?- mientras hablaba, la mente del invocador se llenó con imágenes de una vida por la que muchos matarían, con millones de almas dependiendo de cada una de sus decisiones. Esto tampoco pareció impresionarlo.- ¿La perfección física, entonces?, ¿tan básico podría ser tu deseo?- el cuerpo del mortal cambió al antojo del demonio. Los músculos se moldearon e hincharon, las facciones se suavizaron y embellecieron y las imperfecciones desaparecieron hasta que semejó una estatua de mármol a la que se había dado vida. El hombre no dijo nada.- Me sorprendes, mortal, es la primera vez en mi existencia que un hombre se resiste con tamaña determinación a todo cuanto puedo ofrecer, ¿es posible que al fin haya encontrado a un humano digno de no caer en la perdición?- de nuevo silencio.- Aunque, puede que aún pueda encontrar el pecado que anida en tu corazón.- del humo que desprendían los incensarios, nacieron extrañas figuras que bailaron por toda la habitación, hasta colocarse junto al hombre. Las nubes permanecieron allí unos segundos, moviéndose sinuosamente, hasta que, entre sus lascivas danzas se distinguieron brazos, piernas, rostros y senos. Mujeres de piel oscura y cabellos negros acariciaron el cuerpo del mortal, llenándolo de placer y prometiéndole muchos más con la mirada.- La lujuria…, o el amor, si prefieres mentirte.- el hombre permaneció impasible ante las atenciones de aquellas apariciones, clavando los ojos en el de su interlocutor.- Temes entonces al paso del tiempo…- asintió, haciendo que las bailarinas se difuminaran hasta desaparecer como los jirones de humo que eran.- Es la inmortalidad tu meta…, ver como los que te rodean marchitan y mueren mientras tu escapas a la guadaña de la Parca.- silencio.- ¿Qué es lo que deseas, dime?- inquirió, esta vez, con impaciencia.- ¿Para qué me has llamado, mortal?- silencio.- ¡¡Maldito necio!!,- estalló, y su ser fluctuó, como si su carne y sus huesos fuesen agua, cambiando en multitud de formas imposibles, refulgiendo con colores indescriptibles.- ¡¡debería llevarme tu alma y devorar tu cuerpo por esta humillación, no vuelvas a invocarme, mortal, o conocerás mi ira!!- y, tal como había aparecido, el monstruo se evaporó, desapareciendo en el aire como si nunca hubiese existido. El hombre cayó de rodillas sobre el pentáculo que había dibujado en el piso, llevándose las manos a la cara para acallar un silencioso llanto.

Sara estaba haciendo la comida cuando echó de menos a su esposo. Se secó las manos con un trapo y, tras quitar la olla del fuego, salió de la cocina, hacia el estudio. Subía por las escaleras cuando el olor a incienso llegó a su nariz. Rápida, corrió, sintiendo el corazón latiendo con fuerza en sus sienes. La escena de su marido llorando la asaltó al abrir la puerta. Libros de toda clase yacían sobre el suelo de la habitación, lleno de velas y dibujos extraños hechos con tiza. Sin saber muy bien qué hacer, se acercó a su esposo y lo abrazó. Tras besarlo le susurró:
- Sé que estás desesperado, amor mío, pero ¿cómo puedes esperar que estas tonterías te devuelvan la voz?

sábado, 24 de enero de 2009

5 de Noviembre de 1916, Somme

No puede ser.
El cielo de plomo ha vuelto a convertirse en azabache. Yo sigo aquí, enterrado en vida, atrapado con mis camaradas en estos ríos artificiales de lodo, pólvora y sangre. No podemos salir, fuera no hay nada más que muerte, en donde las ratas roen las entrañas de los caídos. Avispas de metal zumban sobre nuestras cabezas, cortando el aire a su paso con sus mortales aguijones, traspasando la carne y el hueso de aquellos que se aventuran a dar dos pasos.
Al otro lado, atravesando un bosque de rosales de alambre en flor, laten distintos corazones agitados por un mismo miedo, ocultándose a nuestros ojos, como nosotros nos ocultamos de los suyos. Sombras sin nombre se retuercen cuando caen a mi lado, pero sigo avanzando, escuchando el crujir de mis botas contra el suelo como si fuese el restallar de un látigo.
Ahora, sólo puedo pensar en cual de estos será mi último paso.

martes, 20 de enero de 2009

28 de Diciembre de 1939, Raatteentie


El aliento de mil ventiscas cae sobre nosotros. En este infinito campo blanco, los truenos rugen con voz metálica y los relámpagos cruzan el cielo, precipitándose como cometas contra la tierra, hendiéndola profundamente.
Sin embargo, aún en estos terribles días, en este estéril baldío, crecen amapolas de intenso carmesí. Sus pétalos caídos se esparcen junto a troncos de árboles muertos, salpicando su corteza, fluyendo a través de la nieve, empañando el rojo de las estrellas que yacen inertes.
Avanzamos junto a sombríos gigantes que se mueven lentamente, haciendo tintinear una piel blindada. Los chasquidos de las ramas al romperse acompañan el sonido de sus perezosos pasos, mientras más y más lenguas escarlatas se mezclan con la suciedad y el dolor. Sus bocas sin dientes se mueven de un lado a otro, buscando algo que devorar, rugiendo hasta dejarnos sordos cuando lo encuentran.
Quiero regresar a mi hogar. Cambiar el rojo que empapa la nieve por el gris de las piedras de la Plaza Roja, pero aquí está nuestro enemigo, y no volveré hasta que sea vencido, seguiré luchando hasta que mi cuerpo se una al de mis camaradas en los hielos de Finlandia.