jueves, 18 de junio de 2009

La Ardua Vida del No Muerto

Cruel y despiadado es el destino de nosotros, los zombis. Tras un vida ingrata, llena de decepciones y torturas indescriptibles desde que tenemos uso de razón, sobreviene, tarde o temprano, para bien o para mal, la muerte…, en general, dolorosa o, en su defecto, estúpida.

Este es un trámite altamente complicado y burocratizado. Hasta este punto llega la avaricia del hombre, que convierte la muerte de sus semejantes en un triste pero lucrativo negocio. Primero, debemos pasar por las manos grasientas y descuidadas de ineptos, que manosean cada centímetro de nuestro cuerpo, buscando una parte de nuestra anatomía que aprovechar. Luego, los restos mortales de, la antaño y más o menos, orgullosa figura de la que gozábamos, es expuesta para que todos, familiares, víboras en busca de herencia, amigos y enemigos sufran, o se regocijen, con nuestra desaparición. Y al fin, tras las oraciones a un Dios que puede o no estar escuchando, muertos y enterrados, podemos dar por concluida la injusticia de los vivos…, pero para el zombi, esto no termina.

El no muerto despierta en la oscuridad, a dos metros bajo tierra bien prensada y encerrado en un ataúd desvencijado que, ten por seguro, ha arruinado, junto con los gastos del sacerdote y los emolumentos de los enterradores, a nuestra familia o ha sido proporcionado por el Estado, que, de algún modo, se ha hecho cargo de nuestra despedida, en un intento por justificar los impuestos con los que nos ha estado sangrando día sí y día también. Así, empujado a superar la, posiblemente, peor situación de su existencia, el zombi debe hacer añicos el cajón de madera en el que ha caído, cavar a través de la tierra y amanecer a su nueva forma de castigo.

Ahora, imaginad por un momento que os levantáis de la cama tras una larga siesta, y vuestros brazos y piernas no obedecen vuestras órdenes o, al menos, lo hacen de forma extraña. Creedme, no es nada agradable escuchar como los huesos y músculos chascan, crujiendo mientras se liberan de su entumecimiento. El livor mortis resulta irrelevante, en serio, tienes mayores problemas que ver como tus pies o tu espalda se vuelven del color de un hematoma. Si tienes suerte, habrás topado con un embalsamador lo suficientemente bueno como para que la autolisis y la putrefacción no te den demasiados problemas, si no…, pobrecito. No quiero que queráis saber lo que un zombi puede sentir, sabiendo que su estómago, ahora sin mucosa que lo recubra, deja que los jugos gástricos escapen, y comiencen a deshacer los órganos vitales que hay a su alrededor. La putrefacción…, no nos preocupamos tampoco demasiado por ella, es como esos placenteros picores que deseas rascar como si fueras un perro, con la diferencia de que la piel y la carne se desprenden a tiras si lo haces… y si no lo haces, también. Pero, qué más da, ya estás muerto, qué puede ser peor que eso. Pues yo os lo diré: los insectos. A esos pequeños bastardos les da igual lo que puedas sufrir, y enseguida te usan como casa, llenando todos los rincones que pueden con sus huevos, alimentándose de ti hasta que, por fin, dejas de interesarles…, generalmente cuando el calor de la putrefacción te hace repulsivo, incluso para ellos. Sinceramente, a veces hecho de menos a las zumbantes moscas que se arremolinaban sobre mi cabeza…, después de todo hacían compañía.

La tumefacción sigue a todo esto, convirtiéndote en un cúmulo de gases apestosos, que hacen que los perros puedan olerte a varios kilómetros de distancia. Es extrañamente tranquilizador que, durante estos momentos, ya no te importe nada…, sobre todo porque, cuando trastabillas por primera vez, caes y la pasta en la que se han convertido tus órganos cae de tu boca. Cuando me pasó a mí, me quedé mirando el charco durante largo rato, intentando averiguar a qué distintas partes de mi interior correspondían los diferentes colores. Ni que decir tiene que no lo conseguí, pero al menos fue entretenido.

Si vives lo suficiente…, bueno, si sobrevives lo suficiente, llegarás a la última fase del ciclo no vital del zombi. Básicamente, te destruyen los mil y un problemas que te han acosado a lo largo de las semanas. Cuando estabas harto de que la piel se cayera como las hojas de un árbol en otoño, ves que son ahora los músculos y la carne la que se desprende de tus huesos. Es vergonzoso agarrar a una de tus víctimas y ver, para su sorpresa, que tus dedos se van con él cuando se resiste. Por fortuna, otros compañeros, en mejores circunstancias que yo, consiguieron cogerlo a tiempo e impedir que huyera.

Y bueno…, creo que esto es todo en la vida de un zombi. La verdad, es que me gustaría deciros por qué los zombis perseguimos a los seres vivos…, pero, como sucede con los vivos, cada uno de nosotros es un mundo. Yo, personalmente, lo hago para que todos sepan lo que se siente, y nos respeten. El otro día conocí a uno que lo hacía por no quedarse en su mausoleo, y otro que esperaba vengarse porque no entendía por qué tenía que encontrarse él en esa situación. Por supuesto, también he topado con zombis tópicos, los que cazan porque dicen que tienen hambre…, no sé como pueden tener hambre si ya no tienen estómago, aunque supongo que algo tiene que ver con lo que nos han legado nuestros hermanos hollywoodienses.

En fin…, espero haber aclarado todas vuestras dudas. Ahora, tengo delante a un vivo que no sabe que lo estoy mirando, está demasiado ocupado con la pantalla del ordenador. Voy a acercarme, por si acaso no ha entendido lo que quería decir.

lunes, 2 de febrero de 2009

Un puro y un vaso de whisky

El humo se elevaba desde el cenicero, sinuoso como una gris serpiente que nacía de las colillas para morir contra el techo de la habitación. Sobre la pequeña mesilla de noche, en una copa se ahogaban dos piedras de hielo en un pequeño mar de whisky. En la estancia se respiraba una extraña calma, flotando junto a la bruma del tabaco, sólo rota por el continuo repiqueteo de la lluvia contra el cristal de las ventanas. El rugido de un trueno rasgó la noche, y su rojo fulgor inundó el silencio. Otro lo siguió de inmediato, y otro más. En la puerta, soportando el azote del agua y el viento, un hombre aguantaba contra su hombro una escopeta de humeante cañón. La sangre manaba de un centenar de cortes que jalonaban sus brazos y su cara, su ojo izquierdo estaba cerrado, surcado por una fea herida que todavía sangraba, supurando por la infección. Con mano temblorosa buscó en el bolsillo de su ensangrentada camisa, aferrando dos cartuchos con una fuerza nacida de la desesperación. Rápido recargó la escopeta y volvió a disparar. Luego, cerró de un portazo, corriendo varios pasadores antes de dejarse caer sobre el sillón. Con un sonoro suspiro, se llevó la copa a los labios y apuró su contenido de un trago. Mientras el alcohol quemaba su garganta, cogió un puro del cajón de la mesilla y lo encendió. El humo inundó sus pulmones y lo tranquilizó, el whisky bajó por su pecho hasta su estómago, y ahuyentó el frío de sus huesos. Masculló una maldición y, lentamente, se quedó dormido.

Las nubes corrieron con el viento, y las horas pasaron como si fuesen días. El hombre se levantó de repente cuando un sonido, diferente al ulular del viento, se hizo escuchar en la habitación. Con el corazón en un puño, corrió a la puerta, la abrió y apuntó el cañón de la escopeta a la nada. A penas se descubrió a la luz del atardecer, el arma escupió el contenido de sus entrañas en una nube de metal. Aterrado, cerró de nuevo y se echó hacia atrás, recargando. Se giró con terror cuando algo golpeó una de las ventanas, disparando contra ella, rompiéndola en pedazos. No había nada detrás. Enseguida se aproximó al agujero, y echó un vistazo al porche. Nada. Volvió a la mesilla y cogió otro puro. Exhausto, se sentó en el sillón. Rebuscó durante unos minutos en sus bolsillos y, tras comprobar que estaba ahí, dejó que el cansancio se lo llevase.

El sueño lo abandonó de nuevo. Unos pasos, lentos y pesados, provenían del porche. Decidido a acabar con aquella locura, asió la escopeta y abrió la puerta de súbito. Tras ella, un ser de pesadilla le sonrió con sus sanguinolentas fauces, y extendió hacia él unas manos que amenazaron con cerrarse en torno a su cuello. El miedo se adueñó de él, sin poder hacer otra cosa, descargó el arma contra el pecho de la criatura, pero el monstruo ni siquiera se inmutó, avanzando sin más. Las zarpas descarnadas encontraron lo que buscaban, apretando la garganta del hombre como tenazas. Los pulmones le ardieron, pidiendo un aire que no llegaba, el corazón golpeó dentro de su pecho como si fuera a estallar, y en su mente, sólo se dibujó una solución. En un último impulso de ira, usó la culata de la escopeta para golpear la cara del monstruo. El crujido escalofriante de los huesos rompiéndose, se hizo cuando la nariz del ser se rompió. La violencia del impacto echó a la criatura hacia atrás, tambaleándose hasta estar a punto de caer. Sonriendo, el hombre miró fijamente a los ojos vidriosos del ser, situó el cañón bajó la barbilla y apretó el gatillo.

Los restos sanguinolentos de la nariz goteaban un líquido negro y viscoso, que algún día había sido sangre. Con paso lento, se acercó al cadáver del hombre al que, durante días, había acechado. Durante largo rato se quedó observándolo, esperando a que se moviera, pero no hizo nada. Sus sesos manchaban el techo y el suelo, llevados por los perdigones. El olor de la sangre recién derramada llegó al paladar del monstruo, y entonces supo qué es lo que le había llevado hasta él. Buscó en los bolsillos del cadáver y cogió las llaves de la casa. Con la velocidad que sus extremidades se lo permitieron, se giró hacia el sillón y miró la mesilla de noche. Un brillo de comprensión surcó su mirada. Abrió el pequeño cajón y sacó de él un puro. Llenó la copa con el whisky que había detrás del sofá. Exhausto, se dejó caer. Con la copa en una mano, y el puro encendido en la otra, su lengua hinchada se movió perezosa.
- P..., por fin... n.... ca.... casa

lunes, 26 de enero de 2009

El hombre que desafió la tentación

- Has tenido el valor de llamarme, mortal, y este simple hecho ya te hace digno a mis ojos.- la voz era el desgarrado eco del viento hendido por afilada hoja. En ciertas sílabas llegaba a ser tan aguda que obligaba a encogerse de hombros y echarse las manos a los oídos.- Ahora, dime, ¿qué es lo que deseas?- inquirió con tono satisfecho, estudiando el rostro del hombre con el único y gran globo ocular que parpadeaba en su pecho. Estupefacto por lo que había conseguido, éste no pudo decir nada, tan sólo mirarle con los ojos abiertos de par en par.- ¿Qué sucede?,- rió sin boca, pues su cara era una máscara vacía, carente de todo rasgo humano.- ¿después de todo lo que has hecho, no esperabas que acudiera o es que ha sido tan repentino que aún no has tenido tiempo de escuchar lo que tu corazón anhela?- fue entonces cuando, para sorpresa del mortal, el demonio se puso en pie, despegando las rodillas del suelo. Era extremadamente delgado, como si en realidad no fuese más que una osamenta viviente, con largos brazos que se mecían como ramas de árbol desde sus hombros. Su piel, si eso era lo que cubría su cuerpo, era de un extraño y fascinante color rojo, similar al de la sangre, que, de alguna manera, cambiaba de color una y otra vez, tiñéndose de naranja, violeta y amarillo para regresar al rojo.- Muy bien entonces…, déjame pensar.- dijo, frotándose la barbilla.- Los hombres habéis codiciado los bienes materiales desde que comenzasteis a vivir en sociedad…, ¿es eso lo que deseas?- y, a los pies de la criatura, el suelo comenzó a cambiar, devolviendo brillos dorados a las velas que aún permanecían encendidas, hasta que toda la habitación se convirtió en oro macizo.- ¿Y bien?- no obtuvo respuesta, el hombre se limitó a mirarle, extasiado.- Parece que será más difícil de lo que había imaginado.- hizo un gesto con la muñeca, y el baño dorado comenzó a desaparecer, regresando al lugar del que había surgido.- ¿Ansías el poder sobre tus semejantes, quizás?- mientras hablaba, la mente del invocador se llenó con imágenes de una vida por la que muchos matarían, con millones de almas dependiendo de cada una de sus decisiones. Esto tampoco pareció impresionarlo.- ¿La perfección física, entonces?, ¿tan básico podría ser tu deseo?- el cuerpo del mortal cambió al antojo del demonio. Los músculos se moldearon e hincharon, las facciones se suavizaron y embellecieron y las imperfecciones desaparecieron hasta que semejó una estatua de mármol a la que se había dado vida. El hombre no dijo nada.- Me sorprendes, mortal, es la primera vez en mi existencia que un hombre se resiste con tamaña determinación a todo cuanto puedo ofrecer, ¿es posible que al fin haya encontrado a un humano digno de no caer en la perdición?- de nuevo silencio.- Aunque, puede que aún pueda encontrar el pecado que anida en tu corazón.- del humo que desprendían los incensarios, nacieron extrañas figuras que bailaron por toda la habitación, hasta colocarse junto al hombre. Las nubes permanecieron allí unos segundos, moviéndose sinuosamente, hasta que, entre sus lascivas danzas se distinguieron brazos, piernas, rostros y senos. Mujeres de piel oscura y cabellos negros acariciaron el cuerpo del mortal, llenándolo de placer y prometiéndole muchos más con la mirada.- La lujuria…, o el amor, si prefieres mentirte.- el hombre permaneció impasible ante las atenciones de aquellas apariciones, clavando los ojos en el de su interlocutor.- Temes entonces al paso del tiempo…- asintió, haciendo que las bailarinas se difuminaran hasta desaparecer como los jirones de humo que eran.- Es la inmortalidad tu meta…, ver como los que te rodean marchitan y mueren mientras tu escapas a la guadaña de la Parca.- silencio.- ¿Qué es lo que deseas, dime?- inquirió, esta vez, con impaciencia.- ¿Para qué me has llamado, mortal?- silencio.- ¡¡Maldito necio!!,- estalló, y su ser fluctuó, como si su carne y sus huesos fuesen agua, cambiando en multitud de formas imposibles, refulgiendo con colores indescriptibles.- ¡¡debería llevarme tu alma y devorar tu cuerpo por esta humillación, no vuelvas a invocarme, mortal, o conocerás mi ira!!- y, tal como había aparecido, el monstruo se evaporó, desapareciendo en el aire como si nunca hubiese existido. El hombre cayó de rodillas sobre el pentáculo que había dibujado en el piso, llevándose las manos a la cara para acallar un silencioso llanto.

Sara estaba haciendo la comida cuando echó de menos a su esposo. Se secó las manos con un trapo y, tras quitar la olla del fuego, salió de la cocina, hacia el estudio. Subía por las escaleras cuando el olor a incienso llegó a su nariz. Rápida, corrió, sintiendo el corazón latiendo con fuerza en sus sienes. La escena de su marido llorando la asaltó al abrir la puerta. Libros de toda clase yacían sobre el suelo de la habitación, lleno de velas y dibujos extraños hechos con tiza. Sin saber muy bien qué hacer, se acercó a su esposo y lo abrazó. Tras besarlo le susurró:
- Sé que estás desesperado, amor mío, pero ¿cómo puedes esperar que estas tonterías te devuelvan la voz?

sábado, 24 de enero de 2009

5 de Noviembre de 1916, Somme

No puede ser.
El cielo de plomo ha vuelto a convertirse en azabache. Yo sigo aquí, enterrado en vida, atrapado con mis camaradas en estos ríos artificiales de lodo, pólvora y sangre. No podemos salir, fuera no hay nada más que muerte, en donde las ratas roen las entrañas de los caídos. Avispas de metal zumban sobre nuestras cabezas, cortando el aire a su paso con sus mortales aguijones, traspasando la carne y el hueso de aquellos que se aventuran a dar dos pasos.
Al otro lado, atravesando un bosque de rosales de alambre en flor, laten distintos corazones agitados por un mismo miedo, ocultándose a nuestros ojos, como nosotros nos ocultamos de los suyos. Sombras sin nombre se retuercen cuando caen a mi lado, pero sigo avanzando, escuchando el crujir de mis botas contra el suelo como si fuese el restallar de un látigo.
Ahora, sólo puedo pensar en cual de estos será mi último paso.

martes, 20 de enero de 2009

28 de Diciembre de 1939, Raatteentie


El aliento de mil ventiscas cae sobre nosotros. En este infinito campo blanco, los truenos rugen con voz metálica y los relámpagos cruzan el cielo, precipitándose como cometas contra la tierra, hendiéndola profundamente.
Sin embargo, aún en estos terribles días, en este estéril baldío, crecen amapolas de intenso carmesí. Sus pétalos caídos se esparcen junto a troncos de árboles muertos, salpicando su corteza, fluyendo a través de la nieve, empañando el rojo de las estrellas que yacen inertes.
Avanzamos junto a sombríos gigantes que se mueven lentamente, haciendo tintinear una piel blindada. Los chasquidos de las ramas al romperse acompañan el sonido de sus perezosos pasos, mientras más y más lenguas escarlatas se mezclan con la suciedad y el dolor. Sus bocas sin dientes se mueven de un lado a otro, buscando algo que devorar, rugiendo hasta dejarnos sordos cuando lo encuentran.
Quiero regresar a mi hogar. Cambiar el rojo que empapa la nieve por el gris de las piedras de la Plaza Roja, pero aquí está nuestro enemigo, y no volveré hasta que sea vencido, seguiré luchando hasta que mi cuerpo se una al de mis camaradas en los hielos de Finlandia.